EL PRECIO DE LA PRESENCIA: POR QUÉ EL MIEDO ESCÉNICO ES UNA CONDICIÓN EXISTENCIAL, NO UNA MERA FOBIA
El miedo escénico no es un problema de gestión nerviosa; es un dilema de la filosofía existencial. Es el momento en que el artista o el orador se enfrenta a la verdad sartreana: su ser está a punto de ser objetivado y juzgado por la mirada implacable de la multitud. La voz se quiebra, no por falta de aire, sino por el peso de la Neurosis Operacional que exige la perfección ante el ojo ajeno. Este miedo es la última defensa que le queda a la autenticidad.
La patología que define el pánico es sutil: el individuo no teme fallar en su tarea; teme ser anulado por la percepción del Otro. La consecuencia es que las técnicas de respiración y relajación (que se venden como cura) son solo herramientas para reforzar el Yo Falso. Intentamos controlar el temblor, el sudor y el olvido porque creemos que si el cuerpo es perfecto, el juicio será favorable. Pero el miedo escénico es una advertencia: es el Yo Verdadero gritando que no quiere ser sacrificado en el altar de la aprobación.
El Núcleo de la Contradicción es que al buscar el control, el miedo aumenta, porque intentamos someter lo incontrolable: la libertad de juicio de la audiencia. El miedo surge porque nos hemos puesto la carga absurda de ser el garante de la experiencia emocional del público. Esta inversión de la responsabilidad convierte el escenario en un campo de tortura, donde el performer se siente culpable por no ser, por sí mismo, suficiente para generar la reacción deseada.
El Acto de la Revelación es que la única forma de abordar el miedo escénico es aceptar el terror como parte del performance. La vulnerabilidad no es una debilidad; es el contenido más auténtico que usted puede ofrecer. El verdadero coraje (como enseñaba Rollo May) no es la ausencia de miedo, sino la decisión de actuar a pesar de la certeza del peligro. El miedo es, sencillamente, el precio de la presencia radical. El orador debe renunciar a la búsqueda de la aprobación y, en su lugar, comprometerse por completo con el acto —incluso si ese compromiso resulta en un fracaso visible—. Al liberar el cuerpo del deber de ser perfecto, el miedo se disuelve, no porque se haya ido, sino porque se ha vuelto irrelevante.
La tecnología ofrecerá la Solución Estéril al Miedo (SEM): sistemas de retroalimentación neuronal que eliminarán la ansiedad antes de que llegue a la médula. La actuación será impecable, perfectamente modulada y desprovista de cualquier atisbo de vulnerabilidad humana. El arte será perfecto, pero vacío. La audiencia aplaudirá una simulación de la humanidad sin riesgo emocional.
Si la única forma de eliminar el miedo es eliminar la vulnerabilidad, ¿entonces vale la pena sacrificar el riesgo de ser real por la certeza de ser aprobado?

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