El Número y el Silencio: La Deuda Como Anestesia Nacional y el Juicio a la Solvencia
El anuncio de que la deuda federal de Estados Unidos ha superado los 38 billones de dólares obliga a un análisis más allá de la contabilidad. Esta cifra ha trascendido la función de la moneda; se ha convertido en una meta-física de la política. La magnitud es tan extrema que desactiva la capacidad humana de la alarma, cayendo en lo que podemos llamar la Patología del Abismo Numérico. El ciudadano no siente la deuda a esta escala, de la misma manera que no siente el movimiento de rotación de la Tierra. Se convierte en un hecho ambiental, una fuerza de gravedad invisible que ya no es crítica porque es permanente.
La patología reside en el hecho de que el valor económico se ha disociado del valor posicional. La existencia misma de esta cifra gigantesca se ha transformado en un mecanismo político de autoconsumo. La acción del Tesoro, al continuar emitiendo deuda, se convierte en la Transmutación de la Deuda en Poder Presente. La promesa de gasto ilimitado y la compra de consenso social hoy se pagan con una hipoteca al futuro, limitando la capacidad de decisión de las próximas generaciones. La única función de la deuda es asegurar el statu quo político actual, garantizando que el juego pueda continuar.
La disciplina de la estrategia se impone con una frialdad Fitzgerald: el sistema no valora la austeridad; valora la capacidad de generar una irresponsabilidad creíble. El único valor que resiste la crisis es el que garantiza la continuidad del crédito, no la solvencia. La verdad cruel es que la deuda es la Moneda de la Irresponsabilidad Diferida. El dinero que fluye de Wall Street a Washington no es una inversión, es un contrato de fe que obliga a la siguiente administración a mantener las opciones abiertas. El sistema ha sido diseñado para temer a un presupuesto equilibrado más que al abismo de la deuda, porque la solvencia amenaza la capacidad de los políticos para comprar la felicidad efímera del presente.
Si proyectamos esta visión al futuro, la cifra de la deuda se convertirá en una variable inerte, un fondo de pantalla numérico sin significado. El conflicto futuro no será sobre cuánto debemos, sino sobre la autoridad para crear esa deuda. La única batalla real será por el control del algoritmo de emisión, la llave que permite a la élite manipular la percepción de la estabilidad. Esto nos obliga a una pregunta final: si el sistema de poder solo puede funcionar con esta inyección masiva de deuda, ¿es el endeudamiento un problema o es, irónicamente, la única solución para evitar el colapso ideológico del self americano? La deuda ya no es la enfermedad; es el oxígeno de un paciente terminal.

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