🌾 EL ALMACÉN DE LA AMNESIA: EL SUPERMERCADO COMO PRISIÓN DE CRISTAL

Entramos en el supermercado como en una catedral moderna. Es un espacio de orden perfecto, refrigeración constante y colores fluorescentes, donde cada necesidad biológica es anticipada y satisfecha con una eficiencia escalofriante. Este es el triunfo del sistema, la cúspide de la conveniencia. Pero detrás de la promesa de la elección infinita, se oculta un profundo costo humano: la tienda de comestibles contemporánea es, en realidad, un sofisticado mecanismo de amnesia social y dependencia estructural.
La paradoja es devastadora. En nuestro afán por simplificar la vida, hemos externalizado la sabiduría más esencial de la civilización: el conocimiento de cómo alimentarnos. Antiguamente, la cocina era un centro de poder y un nexo de conocimiento. La gente sabía qué hacer con una zanahoria cosechada, cómo conservar un tomate o cómo transformar el grano. Ese conocimiento, transmitido de generación en generación, era el verdadero cimiento de la comunidad y la salud.
Hoy, ese conocimiento ha sido secuestrado por la cadena de suministro. Ya no compramos comida; compramos soluciones finales. Compramos el paquete que nos dice qué hacer, el producto que promete prolongar la juventud, o el plato precocinado que elimina la "fricción" de la preparación. La consecuencia no es solo nutricional (la epidemia de alimentos procesados), sino sociológica.
La arquitectura del supermercado fomenta la soledad nutricional. Al estar todo disponible las 24 horas y envasado individualmente, se erosiona la necesidad de cooperar. El mercado ancestral era un punto de encuentro, de debate, de contacto táctil entre el productor y el consumidor. Era un ritual social. La estantería esterilizada y el autoservicio lo han reemplazado con la eficiencia silenciosa y alienante. El consumidor moderno, por lo tanto, no solo es dependiente del sistema industrial para su comida, sino que ha perdido la capacidad de forjar lazos comunitarios en torno al acto de la subsistencia.
La verdadera crítica no es hacia la comida en sí, sino hacia el sistema que nos ha hecho tan dóciles. El supermercado es un prisma de cristal donde el mundo se presenta filtrado, desinfectado y disponible, pero a cambio de nuestra autonomía. Hemos cambiado el poder de saber cómo cultivar, preparar y preservar, por la comodidad de un carro de compras. Nos hemos convertido en consumidores expertos en marcas, pero analfabetos en nutrición y en comunidad.
La solución no es el retorno utópico a la agricultura de subsistencia, sino la recuperación deliberada de la fricción. Es necesario volver a priorizar el acto de cocinar, de ir al mercado de agricultores, de elegir ingredientes con un propósito más allá de la rapidez. Es en el tiempo y el esfuerzo invertido en nuestra propia subsistencia donde reside el verdadero poder. Solo al reclamar el conocimiento perdido podremos escapar de la prisión silenciosa de la conveniencia.
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