TAXONOMÍA DEL TERROR AGRÍCOLA: Cuando Denunciar en Michoacán Es Firmar la Propia Sentencia de Vasallaje
TAXONOMÍA DEL TERROR AGRÍCOLA: Cuando Quebrar el Silencio en Michoacán Es Firmar la Propia Sentencia de Vasallaje
Mi examen clínico, el de quien ausculta la putrefacción de las estructuras de poder, revela que este colapso no es accidental; es la culminación de un sistema que ha permitido la Taxonomía del Terror Agrícola. Lo que presenciamos no es simple fechoría; es la reestructuración profunda de la soberanía. La extorsión se ha institucionalizado como una renta parasitaria que garantiza, de manera irónica, una cierta quietud. La criminalidad ya no busca el secretismo, sino la exposición brutal de su autoridad (Foucault).
La muerte del labrador que alza la voz no es solo una represalia, sino un escarmiento didáctico que sella el Pacto de la No-Voz. Es la imposición del poder disciplinario: el cuerpo del ejidatario asesinado se convierte en la señalética que recuerda al colectivo: la única senda de supervivencia es la sumisión completa a las nuevas reglas del mercado negro.
Aquí se manifiesta la Dislocación Sistémica del territorio: La Fractura de la Soberanía Ejidal. La paradoja lacerante es que, en un país con andamiajes legales, la protección ha sido privatizada y subastada.
El Principio Sistémico Roto es que la querella formal resulta en una sentencia de muerte más expedita que el pago de la cuota. La jurisdicción legal se ha convertido en la zona de riesgo más exacerbada que la propia ilegalidad. El Estado se disuelve, cediendo el monopolio de la violencia y, con él, el de la fiscalidad y la justicia. El caudal de la extorsión no es solo renta criminal; es el gravamen por la supervivencia que el Estado formal dejó de dispensar.
El punto de inflexión es la Anestesia del Mercado Global. El aguacate, símbolo de esta prosperidad fracturada, viaja a las estanterías del mundo sin mácula visible. Los consumidores globales exigen productos accesibles y copiosos, y el sistema de producción, que incluye el terror como una carga operativa fija, se encarga de satisfacer esa demanda.
La tragedia de la tierra caliente no es un defecto local, sino una innovación perversa en la cadena de suministro. La sociedad, incluso el productor que calla, asimila este sistema como una fatalidad económica. Se ha normalizado que la opulencia coexista con el horror absoluto. El suplicio del campesino se filtra y se absorbe, quedando solo la transacción final en el terminal de pago.
El modelo de vasallaje criminal de Michoacán trascenderá, migrando hacia una 'narco-gobernanza' que será integrada funcionalmente a la cadena de suministro global de alimentos. Las corporaciones transnacionales operarán con plena conciencia de esta cuota tributaria ilícita.
Si el fruto de la tierra caliente llega a nuestra mesa con el precio de una vida pagado en efectivo, ¿somos meros consumidores o cooperadores pasivos de esta Arquitectura del Pavor?
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