LA CONFESIÓN DEL ESPEJO ROTO: POR QUÉ UMBRAL SOLO PUDO SER ÍNTIMO EN UNA REVISTA DE MÉDICOS
Mi mirada, la de quien solo entiende la existencia como una construcción narrativa, se enfrenta a la figura de Umbral como un Laberinto de edificado en torno a la vanidad. Él sabía que su obra era "pura literatura del yo, autobiográfica y autofingida", un espejo forjado con inteligencia y malicia para sostener un personaje público ante la crítica. Sin embargo, para que el personaje público pudiera ser inmortal, el hombre privado necesitaba un santuario donde permitirse el dolor, el colesterol o la neurosis. Y ese santuario fue una revista para profesionales sanitarios, formalmente ajena al gran circo literario. Solo allí pudo practicar el "pulcro suicidio de la confesión íntima, descarada, desnuda y cruda" sin que se le acusara de hacer otra pose literaria.
Aquí se produce el colapso lógico: para un autor de la confesión perpetua, el único lugar seguro para la verdad fue el nicho más improbable. La Patología Estructural de esta obra es el Síndrome de la Obra Perpetua—la compulsión a escribir que no cesa, incluso cuando el cuerpo enferma. Los inéditos de 'Jano' son la prueba de que el escritor se convirtió en su propio médico, usando la pluma como bisturí para auscultar la víscera y la luna y hacer existir al hombre vulnerable. El Umbral tierno y cercano que emerge de estos textos es el que solo podía hablar de la vida cuando la vida se reducía a una dolencia física. El personaje se alimentaba de la pose, pero el hombre solo respiraba en la liturgia de la enfermedad, revelando que para el artista, la intimidad es la mercancía más valiosa y solo se vende al mejor postor de la soledad.
El renacimiento de Umbral es, en realidad, el descubrimiento de su Objeto Transicional —el escondite de la verdad en un medio que no la esperaba. Lo que se revela es que su vida y su literatura fueron dos caras del dios Jano: una mirando al público (el personaje) y otra mirando hacia adentro (la carne que se consume). Esta dualidad nos lega un juicio ineludible: la literatura del yo, en su forma más pura, solo puede ser lograda cuando se elimina la presión de la audiencia. El verdadero yo de Umbral no está en los titulares que provocó, sino en el latido silencioso que él mismo auscultó y escribió.
Si hoy el Autoengaño Colectivo ha convertido la intimidad en la moneda de cambio de la red social, me veo obligada a proyectar el futuro: dentro de cincuenta años, el archivo más honesto de nuestra era no será el que se guarde en las bibliotecas de las celebridades, sino el que se encuentre en los foros privados de los pacientes y los manuales técnicos, donde el yo se desnuda sin la esperanza o la pose de ser leído.
¿Si el único refugio para la verdad del artista es el foro de la enfermedad y la vulnerabilidad, hemos convertido la literatura en una patología social?

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