EL AÑO EN QUE EL ORDEN MILITAR DESTRUYÓ LA FIESTA: 1647 Y LA INGENIERÍA PURITANA


El año de 1647, en la Inglaterra bajo control parlamentario puritano, no fue simplemente un acto de censura religiosa; fue una ejecución estratégica diseñada para desmantelar la estructura social a través de la prohibición del placer colectivo. La abolición oficial de la Navidad se inscribe en la doctrina de Oliver Cromwell y sus partidarios, quienes veían en la festividad no una celebración católica, sino un pasivo estratégico: un día de desenfreno, alcohol y desorden que socavaba la disciplina moral y militar de la nación.

La tesis consoladora es que los puritanos actuaron por purismo teológico (la Navidad no está en la Biblia). La Anti-Tesis de la Ingeniería del Poder es que usaron esta justificación para un objetivo mucho más utilitario: la codificación del control social. Al eliminar una fiesta que era sinónimo de vacatio (tiempo libre, descontrol), el Parlamento garantizaba que la fuerza laboral y el espíritu militar permanecieran disciplinados y productivos, incluso en el día de fiesta.

El quiebre estructural que esta prohibición reveló fue la fisura entre la Ley y la Cultura. El Parlamento impuso el Orden Absoluto desde arriba, pero la tradición cultural (la gente decorando con acebo, las misas secretas) se convirtió en una resistencia pasiva. Esta resistencia no fue moralista; fue la defensa visceral del derecho al placer. La prohibición demostró ser insostenible, desencadenando motines populares (como la "Revuelta Navideña" en Canterbury) donde la gente luchó no por el Rey, sino por la simple libertad de la fiesta.

El dictado ineludible de la historia: El intento de militarizar el calendario probó ser el fallo más grande del régimen puritano. El poder político puede prohibir un acto, pero no puede anular una costumbre profundamente arraigada. La prohibición no eliminó la Navidad; la transformó en un acto de disidencia política y cultural. El pueblo demostró que el verdadero soberano del tiempo libre era la cultura, no el Parlamento. Cuando Carlos II restauró la monarquía en 1660, el regreso de la Navidad fue un símbolo tan poderoso de la vuelta a la normalidad como el regreso del propio Rey.

Y esta es la pregunta que la lógica del control no puede resolver, pero la historia sí: ¿La imposición de un orden superior justifica la anulación de la cultura popular, o la estabilidad de un régimen siempre se basa en el compromiso, aunque cínico, con las pasiones del pueblo? La respuesta es que la ley que niega el placer está condenada al fracaso.

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