La Nueva Partitura del Grito
Un eco femenino en el zócalo de la historia
El escenario estaba montado, el guion era el de siempre, pero la actriz principal había decidido improvisar.
La Plaza de la Constitución, un teatro de la memoria. La gente, una masa de sombras que se estremece con cada acorde, cada palabra, cada eco. El guion de siempre, tallado en mármol y repetición, se prepara para el acto central. La historia dice que el héroe debe salir al balcón, tomar la campana, y con una sola voz, convocar al espíritu de la nación. Pero esta vez, la voz tenía una partitura nueva.
No fue solo un grito, fue un manifiesto. En lugar de las letanías habituales, el coro incluyó a las **mujeres**, a los **migrantes**, a la **soberanía**. Voces que antes eran susurros, ahora se proclamaban en el epicentro del poder. El Cronista Felino, que lo observa todo desde las cornisas, toma nota: el rito sigue, pero el ritual ha cambiado. Ya no se trata de convocar a la historia, sino de reescribirla en tiempo real. La campana repica, pero su eco ahora lleva un mensaje diferente, uno que intenta resonar con los invisibles. El zócalo, la piedra angular de un pasado inmutable, se vuelve un eco del presente.
El poder de un grito no está en la palabra, sino en la resonancia. ¿Era un eco genuino de la gente, o solo la audaz inclusión de nuevos versos en un viejo himno? La multitud grita, pero el Cronista se pregunta si realmente se ve a sí misma reflejada en esos nuevos rostros o si solo aplaude por el guion.
No fue solo un grito, fue un manifiesto. En lugar de las letanías habituales, el coro incluyó a las **mujeres**, a los **migrantes**, a la **soberanía**. Voces que antes eran susurros, ahora se proclamaban en el epicentro del poder. El Cronista Felino, que lo observa todo desde las cornisas, toma nota: el rito sigue, pero el ritual ha cambiado. Ya no se trata de convocar a la historia, sino de reescribirla en tiempo real. La campana repica, pero su eco ahora lleva un mensaje diferente, uno que intenta resonar con los invisibles. El zócalo, la piedra angular de un pasado inmutable, se vuelve un eco del presente.
El poder de un grito no está en la palabra, sino en la resonancia. ¿Era un eco genuino de la gente, o solo la audaz inclusión de nuevos versos en un viejo himno? La multitud grita, pero el Cronista se pregunta si realmente se ve a sí misma reflejada en esos nuevos rostros o si solo aplaude por el guion.
La tradición exige un grito de guerra, pero el presente clama por un susurro de reconciliación. El eco en el Zócalo fue un híbrido incómodo, un fantasma del pasado con una voz del futuro que aún no se define.
¿Cuál fue el grito que realmente escuchaste esa noche, el de la historia o el que apenas comienza a escribirse?

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