La Farsa del Grito y el Nombre Propio
“Las mujeres no somos de nadie”: Sheinbaum y la historia
"En el teatro político, el nombre no es una identidad, es una bandera."
El Grito de Independencia es un ritual. Un guion que cada año, con una coreografía impecable, se repite en cada plaza del país. La figura del presidente en el balcón, la campana de Dolores, los héroes de la patria… todos son actores en un escenario que se ha montado a lo largo de 200 años. Pero este año, un nuevo acto se ha añadido a la obra: el cambio de un nombre, la eliminación de un adjetivo. ¿Es un acto de justicia histórica o simplemente un nuevo parlamento en un drama que busca validarse ante su audiencia?
"En el altar de la historia, las estatuas se mueven al ritmo de los votos."
La frase "Las mujeres no somos de nadie" es, en esencia, un grito de guerra. Un lema de la segunda ola del feminismo. Al usarla, Sheinbaum no solo está haciendo un cambio, está haciendo una declaración. Está tomando una postura. Y es ahí donde el guion se vuelve interesante. El problema no es el cambio en sí, es la forma en que se presenta. Josefa Ortiz de Domínguez, "La Corregidora", es una figura histórica. Una de las pocas mujeres que han logrado escapar del olvido en la narrativa oficial. El hecho de que se le conozca por un adjetivo, "La Corregidora", no es un insulto, es un título. Es su rol. Es una forma de reconocer su contribución.
Pero en el teatro político, los nombres se convierten en armas. El cambio de "Josefa Ortiz de Domínguez" a "Josefa Ortiz" se presenta como un acto de "justicia". Pero detrás de la cortina, lo que se está haciendo es un acto de apropiación. Se está tomando la historia de una mujer para darle un nuevo significado, para que encaje en el guion de un movimiento político. La realidad es que la historia no se puede editar como si fuera un guion. No se puede borrar la complejidad de un personaje para que encaje en una narrativa.
El Grito de Independencia es un momento de unidad, pero al añadir este nuevo acto, se corre el riesgo de convertirlo en una división. En lugar de unificar a la gente, se crea una nueva polémica. Una discusión sobre un nombre, cuando el país tiene problemas mucho más graves que atender. Y es ahí donde la farsa se revela. El circo mediático, con sus titulares sensacionalistas, no se detiene a reflexionar sobre la importancia del nombre. Se limita a reportar la noticia como un hecho. Y la audiencia, como buena actriz secundaria, asiente, satisfecha.
Porque en el teatro de la política, lo que se dice es más importante que lo que se hace.
¿Se puede gritar "Libertad" mientras se cambia la historia para que encaje en el guion del poder?

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