Carlo Acutis y la Santidad en la Era de la Fibra Óptica.
“El último byte de su código no fue escrito para una máquina, sino para la eternidad. En él se oculta el mapa hacia un futuro que no podemos ver.”
En un mundo donde los héroes son avatares y los profetas se miden por el alcance de sus seguidores, la noticia de la canonización de Carlo Acutis es un eco que resuena en las catacumbas de la Iglesia y en los servidores de la vasta red. No se trata de la historia de un santo medieval envuelto en la mística de los manuscritos, sino de la primera alma en ser elevada a los altares habiendo navegado el ciberespacio con la destreza de un programador. Es una noticia que, vista a través de una lente distópica, nos obliga a preguntarnos si la fe puede florecer en un mundo definido por el algoritmo.
El Vaticano, una institución que ha sido el guardián de la tradición durante dos milenios, ahora bendice a un joven que utilizó el internet, esa frontera sin ley, como su principal herramienta de evangelización. Es el equivalente a que un antiguo oráculo usara una red neuronal para predecir el futuro. Acutis, conocido popularmente como el "influencer de Dios", representa una figura que, al igual que los héroes de una novela ciberpunk, navegó la matriz digital no para ganar poder, sino para buscar la verdad. Su trabajo de catalogar los milagros eucarísticos en una base de datos en línea, accesible a cualquiera con un navegador, es la manifestación de una fe que trasciende el dogma y se convierte en información pura, en datos que cualquier alma hambrienta puede descargar.
Este acto de canonización nos invita a una crítica profunda sobre la noción de "santidad programada". En una era de marketing, branding y campañas digitales, es fácil sospechar que la figura de Acutis es una estrategia de la Iglesia para reconectar con una generación desencantada. Sin embargo, en medio de esta maquinaria, emerge una verdad innegable: la genuina, aunque atípica, manifestación de fe de un joven que veía en cada línea de código una oportunidad para la gracia. El concepto de su cuerpo, encontrado "integral" y no "incorrupto" en el sentido tradicional, añade una capa de simbolismo fascinante. Su cuerpo, aunque sujeto a la decadencia de la carne, es un puente entre el mundo inmutable de la fe y la fugacidad de la vida digital, un recordatorio de que, incluso en la muerte, la conexión persiste.
Psicológicamente, la figura de Acutis llena un vacío existencial en la sociedad contemporánea. En un mundo saturado de información y falta de propósito, la necesidad humana de encontrar héroes es más fuerte que nunca. Acutis, un chico normal que jugaba videojuegos y usaba zapatillas, se convierte en un faro de autenticidad en un mar de falsedad. Él demuestra que la santidad no es un atributo exclusivo de monjes ascéticos o de figuras de cera de épocas pasadas, sino una posibilidad tangible para cualquier joven que se atreva a vivir con convicción en la era digital.
El último byte de su código no fue escrito para una máquina, sino para la eternidad. Se ha canonizado a un alma, pero se ha validado un medio. La pregunta no es si la Iglesia se ha adaptado a la modernidad, sino si la modernidad está preparada para la santidad que viene.
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