El Síndrome de la Lentitud:
Por qué Paul Thomas Anderson es el Psicoanalista Innecesario en la Era del Cerebro Acelerado
A veces, el silencio más incómodo es el que nuestra mente necesita para escucharse a sí misma.
La llegada de “One Battle After Another” no es solo un evento cinematográfico; es una prueba de disonancia cognitiva masiva. En una era donde la industria se ha convertido en una proveedora de comida rápida para el cerebro, Paul Thomas Anderson (PTA) persiste en operar como un psicoanalista que insiste en los silencios largos e incómodos. El genio de su cine radica en que expone, sin piedad, la neurosis de nuestra mente acelerada.
La ciencia es clara: la investigación sobre el “Ritmo Afectivo” demuestra que la duración media de los planos en el cine moderno se ha reducido un 40% en comparación con la década de 1970. Esta no es una simple evolución estética; es neuromarketing. El corte rápido es un golpe de dopamina, un estímulo constante que alimenta la adicción de nuestro cerebro al cambio, evadiendo la corteza prefrontal (el centro de la contemplación y el esfuerzo cognitivo).
PTA, con sus planos largos y su mirada inquebrantable, se niega a alimentar esta adicción. Él obliga la mirada del espectador a sostenerse, a sentir la ansiedad de la pausa y a procesar la data emocional cruda sin la distracción del fast-edit. El director nos niega el alivio, obligándonos a trabajar.
La sabiduría de William Blake sentencia: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.” Las películas de PTA son el epítome del exceso—personajes complejos, metrajes desafiantes y profundas zanjas psicológicas. Sin embargo, esta visión choca frontalmente con la realidad del mercado: el presupuesto de las películas de autor ha caído un 30% en los últimos cinco años, impulsado por las plataformas de streaming que exigen eficiencia y no exceso.
Esta reducción presupuestaria no es un castigo financiero; es el mecanismo de defensa del sistema. La industria castiga a PTA no por ser costoso, sino por ser lento y por negarse a simplificar el proceso psicológico en un paquete de 90 minutos digerible. El sistema no puede monetizar la contemplación.
Al ver una película de PTA, el espectador siente a menudo una sutil ansiedad. Esta ansiedad no la genera la trama; es la resistencia de nuestro propio cerebro acelerado a la lentitud que se le impone. Estamos tan condicionados a la entrega rápida de información que, al negarnos el corte veloz, la mente entra en pánico y exige el siguiente estímulo.
La cámara de PTA es un espejo: nos obliga a observar la neurosis de los personajes y, al hacerlo, a observar nuestra propia impaciencia. Utiliza el medio visual para lograr el objetivo del psicoanálisis: hacer que el sujeto sea consciente de sus conflictos inconscientes.
La nueva película de PTA no es una batalla por la pantalla; es una batalla por la capacidad de contemplación de la mente humana. Es el psicoanalista innecesario que llega cuando creíamos estar bien. Su negativa a acelerar es su mayor acto de generosidad. Nos está devolviendo el tiempo necesario para alcanzar el "palacio de la sabiduría" de Blake, incluso si eso implica confrontar el sufrimiento que nuestra adicción a la velocidad nos ha provocado.
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