El Precio del Bienestar: Un Diagnóstico Crítico
La salud como derecho, no como producto.
El panorama de la salud moderna, a pesar de sus innegables avances tecnológicos, enfrenta una transformación fundamental: el desplazamiento de la salud como un bien público a un bien de mercado. Este cambio no es una simple evolución, sino una redefinición ética y social que ha desdibujado la línea entre el bienestar colectivo y la rentabilidad económica. El resultado es un sistema donde el acceso a la atención médica se rige cada vez más por la capacidad de pago que por la necesidad humana.
La principal crítica a este modelo radica en la transferencia de la **responsabilidad de la salud** de la sociedad al individuo. A través de narrativas que enfatizan la "elección de estilo de vida" y la "responsabilidad personal," el sistema desvía la atención de las causas estructurales de la enfermedad, como las desigualdades socioeconómicas, la contaminación ambiental y la falta de infraestructura de salud pública. Un ejemplo palpable de esta tendencia es el auge de la industria del "bienestar" que ofrece soluciones costosas, como dietas personalizadas y tecnología para rastrear el sueño, que responsabilizan al consumidor por su salud sin abordar la raíz del problema.
Además, la lógica de la rentabilidad a menudo prioriza la **curación sobre la prevención**. Inversiones masivas se dirigen a tratamientos complejos y tecnológicamente avanzados que prometen altos retornos financieros, mientras que los programas de salud preventiva y la educación nutricional a gran escala reciben una financiación insuficiente. Esto crea un ciclo perverso en el que la enfermedad avanzada se convierte en una oportunidad de negocio, desincentivando los esfuerzos por mitigar sus orígenes.
Este enfoque mercantil también socava la equidad. La disparidad en el acceso a medicamentos, tratamientos y atención especializada se acentúa, creando una brecha sanitaria que profundiza las desigualdades sociales existentes. La pandemia de COVID-19, por ejemplo, expuso brutalmente cómo las comunidades marginadas fueron las más afectadas, no solo por la falta de acceso a las vacunas y las pruebas, sino también por el impacto económico y la falta de protecciones laborales. La vida humana, que en teoría no tiene precio, se valora de manera implícita de acuerdo con el mercado. Esto erosiona la base de una sociedad justa y solidaria.
La salud no puede ser tratada como cualquier otra mercancía. Su valor no se mide en términos de oferta y demanda, sino en su impacto en la dignidad, la equidad y la cohesión social. La crítica no es hacia la innovación médica o la eficiencia económica, sino hacia un sistema que, al someter el bienestar humano a los imperativos del mercado, traiciona su propósito fundamental. Es imperativo que la sociedad reevalúe y exija que la salud sea, una vez más, un derecho inalienable, y no un privilegio para unos pocos.
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