El Ajedrez Silencioso: México en el Tablero de Pekín y Washington
"En el tablero de la geopolítica, el peón más valiente a menudo no sabe que la mano que lo mueve no es la suya."
El telón del escenario geopolítico global se ha alzado una vez más, y esta vez, el drama no se desarrolla en un campo de batalla o en una sala del consejo de la ONU, sino en las silenciosas líneas de código de una nueva política arancelaria. En un movimiento que muchos han calificado de “inesperado”, la recién estrenada presidenta Claudia Sheinbaum ha aumentado los aranceles a la importación de autos chinos. Un acto que, de un plumazo, ha colocado a México en el centro de una partida de ajedrez entre dos gigantes mundiales: Pekín y Washington.
La respuesta de China no se hizo esperar. Con la precisión de un guion ya escrito, Pekín condenó la medida y, en una declaración oficial, acusó a México de “someterse a la coerción de Estados Unidos”. La acusación es, por sí sola, una pieza de intriga. No es solo un tema de economía y libre comercio, sino una sutil pero potente declaración de soberanía. China no solo critica la decisión, sino que la contextualiza como un acto de sumisión, una farsa en la que México interpreta un papel secundario.
La narrativa se vuelve circular. Mientras Estados Unidos presiona a sus socios comerciales para frenar el avance de la industria china, Pekín responde con una jugada psicológica: señalar la falta de autonomía. El libreto se vuelve predecible: un bando acusa, el otro niega y, en el fondo, los peones, en este caso las economías nacionales, son los que pagan el precio. La pregunta que flota en el aire, parafraseando a un antiguo dramaturgo, es si el nuevo gobierno mexicano ha elegido libremente su rol o si simplemente se ha colocado el vestuario que se le ha asignado para el siguiente acto.
Este nuevo capítulo es crucial para la novela de la realidad mexicana. La decisión sobre los aranceles a los autos chinos no es solo una medida económica, es un marcador de la política exterior de la nueva administración. Es el primer gran acto de la nueva presidenta en el escenario mundial. La cuestión no es si la decisión fue buena o mala, sino si fue propia. En un mundo cada vez más polarizado, la neutralidad parece ser la gran perdedora. Y en este teatro, ser un actor secundario sin voz propia es el destino más triste de todos.

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