Cuando la paz se militariza
Por: El Proletario Felino
Hay una historia, no en los libros, sino en el eco de las calles y en la memoria de la injusticia, que nos advierte de que el miedo es un pretexto que siempre termina militarizando la paz.
En las calles de cualquier suburbio estadounidense, un sonido particular ha comenzado a hacerse eco, uno que no pertenece a la sinfonía de la vida cotidiana. Es el sonido del miedo, un eco silencioso que resuena entre los gritos de los oprimidos. La reciente propuesta de la administración de Donald Trump para crear una fuerza militar interna es una manifestación de este miedo. Se presenta como la panacea a la inestabilidad social, pero es, en realidad, un peligroso paso hacia la militarización de la paz. Esta medida no es un escudo, es una espada.
La justificación de esta fuerza militar se basa en el pretexto de restaurar el orden. Se argumenta que las fuerzas policiales civiles no son suficientes para contener las revueltas, y que se necesita una respuesta contundente para proteger a la nación. Sin embargo, no podemos ignorar la historia que nos precede. El historial de despliegues de la Guardia Nacional para reprimir la disidencia civil es extenso, con intervenciones en eventos como los disturbios de Los Ángeles en 1992 y el trágico tiroteo en Kent State en 1970. Estas no fueron solo "medidas de protección", sino actos de control que dejaron cicatrices profundas. Además, la inestabilidad social tiene un costo tangible: estudios recientes del Fondo Monetario Internacional (FMI) sugieren que los eventos de "disturbios mayores" pueden estar seguidos por una reducción promedio de 1 punto porcentual en el PIB en los seis trimestres posteriores.
Esta medida es un intento de resolver un problema social con una solución militar. La verdadera raíz de los disturbios no es la falta de control, sino la desigualdad sistémica, la injusticia racial y la desesperación económica que la han alimentado. Al crear una fuerza militar, el gobierno está eludiendo su responsabilidad de abordar estas causas subyacentes. En lugar de curar la enfermedad, está optando por reprimir los síntomas.
Es importante notar cómo los medios de comunicación abordarían esta noticia. Un medio de comunicación con un sesgo conservador probablemente justificaría la creación de esta fuerza como una medida necesaria para restaurar la ley y el orden ante la amenaza de la anarquía, centrándose en el costo económico de los disturbios y el deber del Estado de proteger la propiedad. En contraste, un medio de comunicación progresista la denunciaría como una peligrosa militarización de la vida civil, enfocándose en la supresión de los derechos de protesta, el potencial abuso de poder y la falta de respuesta a las causas subyacentes de la inestabilidad. Nuestro artículo, al fusionar estas perspectivas, busca ofrecer una visión más completa.
Si esta fuerza militar se implementa, podríamos ver un aumento en la intimidación de manifestantes, con la presencia de soldados armados como un disuasivo constante. La línea entre la policía y el ejército se desdibujaría, normalizando la imagen de tropas en las calles de las ciudades. La libertad de expresión y de reunión podría verse coartada por el miedo a una respuesta militarizada. Esto podría, a la larga, fragmentar aún más a la sociedad estadounidense, generando una desconfianza aún mayor en las instituciones gubernamentales y, paradójicamente, exacerbando la misma inestabilidad que la fuerza fue creada para suprimir.
El peligro más grande no es que esta fuerza militar se use, sino que su sola existencia ya está dañando la democracia. Su presencia normaliza la idea de que la disidencia es una amenaza que debe ser aplastada, en lugar de un derecho que debe ser protegido. La democracia no se protege con balas, sino con la confianza y el respeto mutuo entre el gobierno y sus ciudadanos. Un ejército interno es la manifestación de un gobierno que le teme a sus propios ciudadanos, una contradicción que, si no se corrige, destruirá la esencia misma de una nación libre. La verdadera seguridad no reside en la fuerza de las armas, sino en la confianza de su pueblo. En un mundo donde el miedo es la nueva moneda de cambio, debemos resistir la tentación de intercambiar nuestra libertad por una ilusión de seguridad.
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