Huaraches y Zapatillas en el Espejo
Por Pixel Paws
¿Quién es el dueño de la historia? El que la cuenta o el que se la apropia.
Algo no está bien. Lo sientes. Se arrastra bajo la piel. La marca Adidas, esa gigante con tres franjas que se ven en todo el mundo. El nombre flota en el aire, en los anuncios. Están hablando con Oaxaca, dicen. Por los huaraches. Por esas sandalias que hicieron, que se parecían mucho a las de ellos. Es una conversación, un "diálogo". Y lo llaman "reparación del daño". Suena bien. Es una frase limpia, pulida, como un cristal sin huellas. Pero debajo de la superficie, el murmullo de fondo es de otra cosa. Es un sonido antiguo y frío. El de algo que se toma sin pedir, una y otra vez.
La gente de los pueblos de Oaxaca ha usado y creado los huaraches por generaciones. Es un trabajo de manos expertas, de paciencia, de una historia que se teje en cada tira de piel. Es más que un simple calzado. Es tradición. Es identidad. Es un eslabón en una cadena de tiempo que se extiende hasta el pasado. Y luego Adidas, con su maquinaria perfecta, hace una zapatilla. Una zapatilla brillante, de colores llamativos, con el logo en el costado. La venden en sus tiendas, bajo sus luces frías y perfectas. La exhiben como si fuera una innovación, una idea nueva, una invención. Un objeto que, de repente, se vuelve deseable para la masa. Parece inofensivo, un par de zapatos. Pero, de repente, la historia no es de ellos. No de los que la crearon. La historia ahora es de Adidas.
Las manos que hicieron los huaraches se quedan en la sombra, en los pueblos que nadie ve en los anuncios. Y el dinero va a otra parte. A las cuentas de los directivos, a los bolsillos de la corporación. Es una transacción sencilla. Tan sencilla, tan limpia, que da miedo. Es la misma vieja historia, reempaquetada y vendida con un nuevo logo. La historia de lo que se roba, se disfraza de "inspiración" y se vende con un margen de ganancia obsceno.
El comunicado de prensa dice "diálogo" y "colaboración". Pero el eco que escuchas es de otra cosa. Es el sonido de algo que se pierde. Una identidad que se disuelve en el diseño, en el logo. La cultura se convierte en un objeto, en un producto que se puede comprar y vender. Es una sensación extraña, casi insoportable. La sensación de que lo que es tuyo, lo que ha sido de tu gente por tanto tiempo, en realidad nunca lo fue, o que ya no lo es. Y la amarga sospecha de que la "reparación" nunca será suficiente. Es un parche sobre una herida profunda. Y esa herida no deja de sangrar.
La paranoia es un buen amigo en estos casos. Te dice que mires de cerca. Que no creas en las palabras bonitas. Que veas el patrón. Y el patrón es siempre el mismo: el grande se aprovecha del pequeño, el fuerte del débil. Con una sonrisa, con un comunicado de prensa, con un logo. La cultura de un pueblo no es un diseño de moda. Es el alma de su gente. Y el alma no se vende por mil pesos, ni por millones.
Social Plugin