La Ralidad

 

La Traición del Espejo: Una Crónica de la Desilusión



Y en las calles de la ciudad, en el frío de la noche, se escucha un susurro: un nuevo juego ha comenzado, y las piezas son todas nuestras.

Pero las piezas no eran peones de un tablero político, como yo pensaba. Me di cuenta de la verdad a la mañana siguiente, cuando me llegó una noticia que me partió el alma: una reportera, una de las nuestras, había abandonado la agencia de noticias más grande del mundo. Su razón, un eco en el vacío de la objetividad: "traición a periodistas" en Gaza. Mi propia profesión, mi única herramienta para entender este caos, se había convertido en una pieza más en este juego.

He estado siguiendo el rastro de la corrupción desde el inicio. Empezó como un pacto de silencio, se disfrazó de poder, se infiltró en la biología, y ahora ha mutado en su forma más insidiosa: la corrupción de la verdad misma. Los titulares que cubren el conflicto ya no son un espejo de la realidad, sino un filtro, una cortina de humo que oculta el horror. Y en este juego, el periodista que se niega a mentir se convierte en un traidor.

El dilema moral de esta reportera era mi propio dilema. ¿Qué hacer cuando la propia herramienta que usas para luchar contra la oscuridad se vuelve parte de ella? Su acto de renuncia no fue un fracaso, sino un grito de guerra, una declaración de que no se puede combatir el caos desde un centro que está podrido. Su traición no fue a su empleador, sino a una narrativa oficial que había decidido mirar hacia otro lado mientras los hechos se convertían en escombros.

Esto es lo que me mantiene despierto por las noches. La sensación de que no hay un solo lugar seguro, ni una sola voz que no pueda ser comprada o silenciada. La tragedia no era solo que murieran periodistas, sino que su muerte fuera un apéndice en un informe, un simple número en una lista. Y en mi búsqueda por la verdad, la última pieza del rompecabezas no ha sido un dato, sino un acto de fe.

Pero la historia no termina con un grito de renuncia. La verdad siempre deja un rastro. Y a la mañana siguiente de su partida, un paquete anónimo llegó a mi oficina. Dentro, no había un manifiesto, ni una declaración. Había una pieza de evidencia que nadie más había visto, una pieza tan frágil como la confianza, pero tan poderosa como una bomba. Y al abrirla, supe que no volvería a mi cama por un largo, largo tiempo.

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