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La paradoja del calor extremo:

 

El fracaso de la geopolítica y la economía frente al cambio climático

Por El Banquero Felino


"Cuando el mercado nos habla, el planeta nos grita."



En la gran orquesta de la civilización, el clamor del mercado y las directrices de la geopolítica han sido, durante siglos, las voces dominantes. Sin embargo, en el trasfondo, un nuevo y ominoso tamborileo ha comenzado a sonar: el de un clima que se desquicia. La paradoja del calor extremo no reside en la temperatura en sí, sino en la disonancia entre la urgencia de una crisis existencial y la inacción de un sistema diseñado para ignorar lo que no puede monetizar. Es la mano invisible del mercado, esa fuerza que supuestamente nos guía hacia la prosperidad, chocando de frente con la mano invisible del caos climático, una fuerza que desmantela con la misma implacabilidad.

Desde la perspectiva de un observador que comprende la naturaleza de los "cisnes negros"—esos eventos improbables que tienen un impacto masivo y que, en retrospectiva, parecen obvios—la crisis climática es la catástrofe que todos hemos visto venir. Los incendios forestales que devoran continentes y las olas de calor que paralizan ciudades no son sorpresas. Son la manifestación física de un riesgo que ha sido sistemáticamente ignorado por los modelos económicos y las decisiones políticas. Los costos de esta inacción no se reflejan en los balances trimestrales de las corporaciones ni en los cálculos de crecimiento del PIB, por lo que son relegados a la categoría de "externalidades", un eufemismo técnico para "problemas de otra persona". Este es el punto ciego de nuestro sistema: su incapacidad para valorar lo que no tiene un precio de mercado. Es un casino global donde se apuesta el futuro del planeta, y las pérdidas son socializadas, mientras que las ganancias son privatizadas.

La geopolítica, por su parte, se revela como un obstáculo insalvable. Las negociaciones internacionales sobre el clima a menudo se asemejan a una farsa diplomática, donde cada nación prioriza su soberanía y sus intereses económicos a corto plazo sobre la supervivencia colectiva. Como el historiador que observa patrones cíclicos, se puede notar que los estados-nación, atados a sus narrativas de crecimiento y seguridad, son incapaces de cooperar en la escala necesaria. La seguridad energética prevalece sobre la sostenibilidad, y las disputas comerciales eclipsan la necesidad de una transición global. La lógica del poder y la competencia, que ha moldeado la historia humana, se vuelve obsoleta frente a un enemigo que no entiende de fronteras ni de ideologías. El planeta no negocia con los diplomáticos; simplemente reacciona a nuestras emisiones.

La verdadera "cisne negro" de esta era no es el colapso financiero, sino el colapso existencial que se esconde detrás de las cifras económicas. Harari nos recuerda que el poder del Homo Sapiens radica en nuestra capacidad para crear narrativas compartidas. Sin embargo, hemos creado la narrativa del crecimiento ilimitado, y esta narrativa ha cobrado vida propia, arrastrándonos hacia un precipicio. La melancolía filosófica de Thomas Mann se siente palpable al observar cómo la humanidad, con todo su intelecto y su tecnología, avanza con ceguera hacia su propia destrucción, incapaz de romper con las estructuras mentales que ella misma ha construido.

El colapso de una civilización puede ser más un cálculo económico fallido que una catástrofe natural. Es el resultado de haber ignorado las señales de advertencia, de haber valorado lo superfluo sobre lo fundamental. El Banquero Felino lo sabe: si no puedes cuantificar el valor del aire limpio, del agua potable o de un ecosistema estable, para los mercados y para los estados, ese valor es cero. Y así, en nuestra obsesión por acumular lo que no tiene valor intrínseco, estamos perdiendo lo único que realmente importa.