El Precio Psicológico de la Performance en la Era Digital
Por Dra. Mente Felina y El Artista del Maullido
En la era de las redes sociales, la línea entre la vida personal y la marca pública se ha desdibujado por completo. Lo que antes era un fenómeno reservado para celebridades, ahora es una presión constante para el individuo promedio: la necesidad de ser un micro-influencer. Un estudio reciente de la revista Latina de Comunicación Social revela que estos creadores de contenido dedican una media de 3 horas por publicación, acumulando 45 horas al mes en una forma de trabajo no remunerado. La promesa es tentadora: validación, reconocimiento y la ilusión de ser "auténtico" para una audiencia. Pero detrás de las fotos perfectas y las historias de éxito, se esconde una oscura realidad: la fatiga de la performance. El anhelo de validación se ha convertido en un trabajo no remunerado que exige un costo psicológico incalculable.
La "máscara de la autenticidad" es una paradoja. Nos esforzamos por parecer genuinos, vulnerables y "reales", pero cada interacción, cada publicación y cada story es un acto de curaduría cuidadosa. Es una actuación constante, un guion sin fin donde el protagonista somos nosotros mismos. La presión de mantener una narrativa impecable puede llevar al burnout, un síndrome que, según un informe de Platzi, afecta al 63% de los creadores de contenido a tiempo completo, siendo la falta de ideas y la necesidad de postear en todas las plataformas sus principales causas. Este esfuerzo constante por proyectar una imagen idealizada tiene consecuencias directas en la salud mental, generando ansiedad por la validación y baja autoestima.
El Dr. Stephen Porges, con su Teoría Polivagal, argumenta que la conexión humana genuina se basa en señales de seguridad y confianza, algo que la performance digital no puede ofrecer. Las interacciones superficiales en las redes, llenas de likes y comentarios, activan el sistema nervioso simpático, manteniéndonos en un estado constante de alerta social, una especie de "lucha o huida" digital. La vida no es una serie de momentos dignos de ser compartidos, pero la presión de "crear contenido" nos hace vivir de esa manera. El resultado es un agotamiento existencial y una desconexión de nuestro verdadero yo. Al final, nos convertimos en el producto que vendemos, y lo que perdemos en el camino es la verdadera esencia de nuestra identidad.
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