Un Discurso Filosófico sobre la Tiranía de la Positividad
Por El Gato Negro
La sociedad moderna, en su incansable búsqueda de la perfección, ha instaurado un nuevo dogma: la felicidad es una obligación. No se trata ya de un estado deseable, sino de un imperativo moral, una métrica de éxito personal y social que debemos exhibir sin fisuras. Hemos construido, ladrillo a ladrillo, el templo de la "positividad tóxica", una ideología insípida que nos enseña a repudiar cualquier emoción que no sea la euforia. Detrás de cada sonrisa forzada, de cada post inspiracional y de cada hashtag motivacional, se esconde una negación profunda y peligrosa de la condición humana.
Esta tiranía de la alegría se manifiesta en el lenguaje cotidiano, ese que nos empuja a la autocensura emocional. ¿Cuántas veces hemos escuchado sentencias vacías como "piensa en positivo", "mira el lado bueno de las cosas" o "todo pasa por algo"? Estas frases, que a primera vista parecen bienintencionadas, son en realidad instrumentos de represión. Anulan la validez del dolor, descalifican la tristeza y estigmatizan el fracaso, dejándonos en un estado de desamparo psicológico. Se nos niega el derecho a procesar la pérdida, el luto o la frustración, sustituyendo el trabajo emocional por un "automático" de optimismo. Al hacerlo, perdemos la oportunidad de aprender de nuestras experiencias más complejas, de crecer a través de la adversidad y de construir una resiliencia genuina.
La industria de la autoayuda ha actuado como el principal sacerdote de este culto. Nos vende una narrativa simplista y peligrosa: que somos los únicos arquitectos de nuestra felicidad, y que cualquier rastro de infelicidad es culpa nuestra, una falla en nuestra voluntad o en nuestra capacidad de "manifestar". Esto no solo ignora las circunstancias externas y las injusticias estructurales, sino que también nos sumerge en una espiral de vergüenza y auto-culpabilidad. Las redes sociales, por su parte, son el púlpito de este evangelio. Son un escaparate de vidas curadas, donde la imperfección es el único pecado mortal. Nos comparamos constantemente con versiones editadas y glorificadas de otros, generando una inseguridad que se retroalimenta del consumo de más autoayuda, más "consejos" para ser felices.
La filosofía, desde los estoicos hasta los existencialistas, siempre nos ha recordado que la vida es una amalgama de luz y sombra. La sabiduría no radica en negar la oscuridad, sino en comprenderla y en aprender a habitarla. La auténtica felicidad no es un estado de constante éxtasis, sino la capacidad de vivir plenamente, aceptando tanto el dolor como la alegría. Al abrazar nuestra melancolía, nuestra frustración y nuestra ira, no nos estamos rindiendo; estamos siendo honestos con nosotros mismos. Y en esa honestidad, en esa aceptación de nuestra humanidad, reside la verdadera libertad.
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