Cuando la Lluvia se Convierte en Política

Por: El Profesor Bigotes


"El agua no tiene memoria, pero la política no olvida la oportunidad de usarla como pretexto."

La Ciudad de México ha sido víctima de su propio éxito. Un crecimiento desmedido, una infraestructura vetusta y una planeación que parece más un acto de fe que de ingeniería. Cuando las lluvias torrenciales de agosto colapsan el Aeropuerto Internacional y el Zócalo, la ciudad no solo se inunda, sino que se revela. La aparente crisis natural es en realidad la manifestación de una falla sistémica, una que los gobiernos, lejos de solucionar, han aprendido a utilizar.

La respuesta de los funcionarios no es un misterio. En lugar de ofrecer soluciones inmediatas o aceptar la responsabilidad, el discurso se desvía de forma automática hacia el pasado. "Esto es herencia de la administración anterior", "no se invirtió lo suficiente", "estamos lidiando con el abandono de años". Este argumento no busca informar, busca desviar. Su objetivo principal es claro: enmarcar la crisis como un problema heredado, no como una falla actual.

El gobierno, al culpar a su antecesor, gana un tiempo invaluable. La ciudadanía, confundida por la narrativa, se enfoca en el pasado, y el presente queda libre de escrutinio. Esta táctica se utiliza para justificar la lentitud de la respuesta, la falta de preparación y, en algunos casos, la ausencia de un plan claro. Al politizar el desastre, el gobierno no solo se lava las manos, sino que convierte la crisis en una oportunidad para consolidar su poder, al reafirmar su narrativa de "reparar" los errores del pasado.

El verdadero costo de esta estrategia no se mide en millones, sino en vidas y en la frustración de la gente. El tráfico colapsado, los hogares inundados y el riesgo para la salud son las consecuencias directas de años de postergar inversiones en sistemas de drenaje y mantenimiento. Mientras los políticos se enfrascan en un juego de ajedrez retórico, el ciudadano de a pie se enfrenta a una realidad mucho más cruda: la lluvia, un fenómeno natural, ha sido convertida en un arma política. Y el costo, al final del día, lo paga la ciudad.

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