-->

La Guitarra Fantasma:

 Cómo un robo de los 70's revive para atormentar al Metropolitan de Nueva York

Por El Gato Negro



En el teatro de la historia, las demandas legales son a menudo los actos más reveladores. Y en el gran escenario de Nueva York, un conflicto por una guitarra de 1959 está demostrando que, para el arte, la moralidad es un lujo que pocos pueden permitirse. Resulta que un ex Rolling Stone, Mick Taylor, ha decidido revivir a un fantasma de su pasado para atormentar al venerable Metropolitan Museum of Art. El espíritu en cuestión no es otro que una Gibson Les Paul, supuestamente robada en 1971, que ahora reside plácidamente en la colección del museo.

La historia del rock and roll está escrita en el sudor y la saliva de los músicos. La historia del arte, sin embargo, se escribe en las demandas legales. Cuando la pieza fue donada al museo, sus nuevos dueños, el Met, insistieron en que los documentos de su procedencia eran impecables. Sin embargo, en el mundo del rock & roll, los documentos a menudo eran servilletas garabateadas en bares y promesas susurradas en la madrugada. Y Taylor, en su reclamo, no está pidiendo un simple cheque de compensación. La verdadera disputa no es por la guitarra en sí, sino por quién tiene el derecho de contar su historia. ¿Es un objeto de arte o una reliquia personal?

Todo coleccionista es un ladrón que ha tenido éxito en la corte. Todo museo, por lo tanto, es un almacén de crímenes que prescribieron. Este no es un conflicto entre la razón y la pasión, sino entre dos tipos de pasión: la del artista que reclama su herramienta de creación y la del coleccionista que busca poseer la historia. Taylor afirma que fue con esta misma guitarra con la que grabó el icónico solo de "Can't You Hear Me Knocking". El museo, por su parte, se aferra a sus papeles y a la idea de que este objeto ahora tiene un valor cultural superior al de una mera propiedad privada. Es un dilema digno de Voltaire, un conflicto entre lo que es moralmente correcto y lo que es legalmente aceptable.

La ironía es palpable. El arte, dicen, nos eleva el espíritu. Pero la propiedad, parece, es lo único que nos sube la presión sanguínea. Esta no es una disputa por la madera y el metal, sino por el alma de un objeto que ha viajado por el tiempo. Es el choque entre un pasado caótico y una pulcra eternidad museística. Y al final, la guitarra seguirá siendo la misma. La pregunta que queda es si el Met, al defender su adquisición, está en realidad robando un legado al mismo tiempo que lo exhibe.