¿Tiene Venezuela con qué para desafiar a los Imperios?
Por El Príncipe de la Sombra
En el teatro de la política, las palabras de un gobernante no son simples declaraciones, sino movimientos calculados en una gran partida de ajedrez geopolítico. La reciente afirmación de Nicolás Maduro, “Que lo sepan los imperios, Venezuela tiene con qué”, no debe ser interpretada como una simple bravata. Un príncipe prudente no basa su poder en la percepción de invulnerabilidad, sino en la realidad de sus capacidades y en la habilidad de convencer a sus adversarios y a su propio pueblo de que estas existen. La pregunta, por lo tanto, no es si Venezuela es invencible, sino qué recursos tiene para sostener su desafío y a quién está dirigido el mensaje. La respuesta se encuentra en el cálculo del riesgo, en la evaluación de los intereses ajenos y en la proyección de una voluntad de resistencia que, de tan férrea, se convierte en un arma.
El "con qué" de la retórica de Maduro no reside en una economía próspera, un mito que los números desmienten con fría precisión. Un análisis de la situación actual, según reportes de Infobae y Reuters, revela una economía que, a pesar de la tímida dolarización y los esfuerzos del sector privado, se enfrenta a una caída en la producción petrolera que obliga al gobierno a aumentar la presión fiscal. Este escenario de fragilidad fiscal es precisamente el terreno fértil para la retórica de la confrontación. Un príncipe que busca consolidar su poder no puede permitirse que su pueblo se enfoque en la escasez, en la inflación o en las deficiencias del sistema.
Las palabras de Maduro, en este contexto, sirven como un acto de distracción, un intento de desviar la atención de las dificultades internas hacia un enemigo externo, ofreciendo un propósito colectivo de resistencia ante una amenaza común. El adversario, en esta narrativa, no es el gobierno, sino el "imperio" que busca subyugar a la nación. Por su parte, la oposición venezolana, a través de sus voceros, ha calificado la declaración como una "narrativa vacía", argumentando que la única "fortaleza" de Venezuela es su "capacidad de resistencia ante el hambre y la pobreza".
Sería un error monumental subestimar la jugada. El desafío no se sostiene en la riqueza material, sino en la red de alianzas estratégicas que Venezuela ha cultivado con una visión a largo plazo. La geopolítica es el ajedrez de las naciones, y Venezuela ha movido sus piezas con una audacia que desafía su aparente debilidad. La reciente firma de un acuerdo militar con Rusia, que incluye la apertura de una fábrica de municiones, y el fortalecimiento de la coalición con Cuba, Nicaragua, China e Irán, son hechos que dan sustancia a su retórica. El despliegue de millones de milicianos, aunque sea un acto de propaganda, es una advertencia. No es una preparación para una guerra convencional, sino un mensaje cifrado a sus adversarios: el costo de una confrontación sería alto y prolongado, un pantano en el que el "imperio" se vería empantanado.
"Un príncipe debe saber manejar al enemigo, no con fuerza bruta, sino con la percepción de una fuerza mayor y la astucia para evitar una confrontación directa." El mensaje de Maduro está diseñado para un doble propósito: a su pueblo le dice que hay un liderazgo capaz de proteger la soberanía y, a sus adversarios, les advierte de las alianzas y el costo de una escalada militar. La política exterior de Maduro es un acto de equilibrio entre la confrontación y la supervivencia. El objetivo no es ganar una guerra que no se puede ganar, sino evitar que el enemigo siquiera se atreva a comenzar una. El poder no solo se ejerce, sino que se proyecta. Y en este juego de sombras, la declaración de Maduro es un cálculo preciso que demuestra que, aunque la situación económica es precaria, la voluntad política de resistir sigue intacta.
Esta retórica no es un invento reciente. Se inscribe en una tradición de confrontación ideológica que se remonta a la Guerra Fría y que fue un pilar del discurso de su predecesor, Hugo Chávez. La diferencia radica en que, ahora, el "imperio" está gobernado por una administración distinta y el contexto económico global ha cambiado drásticamente. A diferencia de Chávez, Maduro no cuenta con una bonanza petrolera. Su jugada, por lo tanto, es más arriesgada y se apoya en un frágil equilibrio de poder.
La declaración de Maduro es bien recibida en Moscú y Beijing, donde es vista como una validación de su apoyo a regímenes que se oponen a la hegemonía estadounidense. Para Rusia, Venezuela representa un punto de apoyo estratégico en el hemisferio occidental, un juego de poder que recuerda los movimientos de la Guerra Fría. De igual forma, para China, que tiene importantes inversiones en el país, la retórica anti-imperialista de Maduro les asegura un socio en la región que no se doblegará ante la presión de Washington.
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