El Gran Juego y el Peón Abandonado
Por El PrÃncipe de la Sombra
"La lealtad es una sombra. El poder es la única realidad. Pero un gobernante que actúa sin virtud, labra su propia ruina."
En las gélidas extensiones de Alaska, la cumbre entre dos lÃderes no fue una reunión de naciones, sino un encuentro de voluntades. La diplomacia, para quienes entienden el poder, es solo otra fase de la guerra. Sin embargo, este encuentro no buscó el orden virtuoso, sino el dominio. Trump y Putin, con una frialdad calculada, no vinieron a negociar la paz, sino a consolidar sus objetivos, actuando con la habilidad de quienes conocen el arte de la estrategia, pero ignoran la rectitud. El orden establecido, con sus pactos y alianzas, es maleable y vulnerable, pero la rectificación de los nombres exige que a las palabras de paz le sigan actos de benevolencia. Cuando los gobernantes ignoran el Camino, los súbditos se pierden.
La estrategia de Trump se adhiere a una máxima antigua: la guerra se gana antes de librar la primera batalla. Su enfoque es un pragmatismo sin concesiones, preguntándose no qué es justo, sino qué es útil. La propuesta de un acuerdo con Rusia, a costa de una posible pérdida territorial para Ucrania, es el sacrificio de un peón para mejorar la posición del rey. Pero, ¿qué clase de victoria es la que se construye sobre el abandono del más débil? En el largo plazo, el poder que carece de virtud, aunque aparentemente sólido, se derrumba como un castillo de naipes. Su jugada busca no solo la victoria inmediata, sino la desestabilización del frente enemigo, un acto que no trae la armonÃa que el mundo necesita.
La estrategia de Putin, por su parte, es un estudio de la paciencia y el control. Su objetivo es consolidar los avances territoriales logrados y restaurar la influencia rusa sin necesidad de una guerra total. La cumbre con Trump le permite mostrar a su pueblo que, a pesar de las sanciones, Rusia sigue siendo un poder a tener en cuenta. Es un movimiento de astucia, una manera de lograr una victoria a través de la diplomacia lo que serÃa más costoso a través de la guerra. Sin embargo, su camino es el de la fuerza sin moralidad. Un gobernante que no actúa con benevolencia, no puede gobernar por mucho tiempo, pues su pueblo acabará por abandonarlo.
VolodÃmir Zelenski, al sentir el abandono, experimenta la dolorosa lección de que los estados más débiles son, en el mejor de los casos, instrumentos en un juego ajeno. La sorpresa no es un acto de emoción, sino un error de cálculo: la fe en la virtud de los gobernantes occidentales. Su paÃs, en este ajedrez geopolÃtico, es un peón que se movió por fe y ahora se encuentra solo en el mitad del tablero. La cumbre en Alaska es una advertencia: el apoyo occidental no es un principio moral, sino una herramienta de interés nacional. El futuro de Ucrania, en este nuevo y sombrÃo escenario, dependerá de su habilidad para convertirse en un alfil, pero su honor reside en su resistencia, no en la victoria.
La historia de esta cumbre no es la de dos naciones amigas, sino la de dos estrategas que, tras una fase de conflicto, han decidido pausar la confrontación para consolidar sus posiciones. El mensaje es claro y sin piedad: en la polÃtica internacional, la moralidad es un concepto de segunda mano. Pero esta es una lección incompleta, pues el poder que busca la virtud es el único que puede perdurar, mientras que la fuerza que carece de ella, está destinada a colapsar sobre sà misma.
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