Un Estreno en la Sala de Ruinas
En la gran obra del poder, los actores cambian, pero el guion de la farsa se repite eternamente. Y el público, con el ceño fruncido y los bolsillos vacÃos, observa el espectáculo una vez más.
El telón se ha levantado, y el escenario, que es el mismo de siempre, ha sido decorado con un cartel luminoso que reza: "Nueva Corte: ¡Ahora con más imparcialidad, menos corrupción y un presidente descafeinado!". Es una comedia de enredos, una farsa burocrática tan predecible que la hemos visto tantas veces que ya no es teatro, sino un eco. La idea de que “solo poner nuevos jueces van a solucionar los problemas de un paÃs” es la pÃldora de azúcar que nos dan para que olvidemos que la enfermedad es terminal. Es el equivalente a creer que, si pones un nuevo limpiaparabrisas a un auto que no tiene motor, vas a llegar a tu destino.
La sala de la corte, que bien podrÃa ser un museo de la vergüenza, ha sido redecorada. Los antiguos cuadros de la corrupción han sido reemplazados por retratos de solemnidad que no engañan a nadie. El titular nos dice que el inicio es "incierto", pero seamos honestos: la única incertidumbre es si la farsa durará más de lo que esperamos. Y la presidencia, descrita como "descafeinada", es la única parte del titular que es honesta. Es descafeinada porque el café, el verdadero poder, no se bebe en la Corte. El café se bebe en las oficinas de los que controlan los hilos, en las mansiones de los que mandan a los jueces. La justicia, aquÃ, no te despierta con una ráfaga de café. Te duerme con la promesa de que la solución está cerca, cuando en realidad está a años luz.
Entran en escena los nuevos actores. Visten togas impolutas, sonrisas que no han sido probadas aún por el cinismo y un aire de misión divina. Se paran frente al tribunal, el mismo que ha visto desfilar a los corruptos de siempre, los que se han burlado de la ley con una impunidad de oro. El guion es el mismo: un discurso sobre la "nueva era", sobre la "esperanza" y sobre el "compromiso". El público, es decir, nosotros, los que pagamos la entrada con nuestros impuestos, los escuchamos. Hay un par de aplausos, algunos murmullos, pero la mayorÃa de la gente tiene la mirada vacÃa. Ya han visto esta obra antes. Ya han visto a los protagonistas prometer la luna, para luego darnos el mismo trozo de queso viejo de siempre.
La puesta en escena es exquisita. Los medios de comunicación, los crÃticos de esta obra, la describen con una solemnidad que es casi un insulto. Analizan cada gesto, cada palabra, cada susurro. Es como si estuvieran analizando la anatomÃa de un fantasma. La nueva corte es un fantasma, una idea sin cuerpo, una promesa sin sustancia. El cuerpo de la justicia sigue en la calle, en los miles de casos sin resolver, en los crÃmenes que no tienen castigo, en los derechos que no tienen un protector.
La justicia, en este paÃs, es como un paciente en estado terminal al que le dan placebos. Un nuevo juez, un nuevo protocolo, una nueva ley. Son pastillas sin principio activo, que no curan la enfermedad, sino que te hacen creer que lo están haciendo. Y los que las recetan, los polÃticos, nos dicen con una sonrisa de póker que el tratamiento funciona, que "la cirugÃa salió bien". Pero el paciente, el paÃs, sigue perdiendo sangre.
La verdadera justicia no se encuentra en las togas, se encuentra en la calle. Se encuentra en los hospitales que se caen a pedazos, en las escuelas sin maestros, en las familias que marchan en busca de los desaparecidos. Esos son los problemas que no se resuelven con un martillo en un estrado. Se resuelven con acciones, con presupuestos, con voluntad polÃtica, la misma que, irónicamente, se disuelve en el aire cuando se trata de enfrentar los problemas de fondo. La nueva corte, en este contexto, es un chiste cruel. Es como si le dieras un traje de lujo a un hombre que se muere de hambre. Se verá elegante, sÃ, pero seguirá con el estómago vacÃo.
Aquà es donde la comedia se vuelve un drama. El verdadero juicio no es el que se hace en la corte, sino el que se hace frente al espejo. El juicio de la clase polÃtica que se ha mirado en el espejo y ha visto el reflejo de una sociedad que no funciona. Y en vez de culparse a sà mismos, han decidido culpar al espejo. Y la nueva corte es el nuevo espejo. Un espejo que no les gustaba ha sido reemplazado por otro, con la esperanza de que el reflejo de la miseria cambie. Pero la miseria no está en el espejo, está en la realidad.
Los jueces, esos nuevos actores, son como los nuevos doctores que entran a un hospital sin medicinas. Pueden ser los mejores del mundo, tener las mejores intenciones, pero si no tienen los medios, si no tienen el apoyo del sistema, si no tienen las herramientas, su talento no sirve de nada. Serán, como nos dice el titular, descafeinados. Héroes sin capa, que no pueden hacer magia.
La obra se acerca a su final, pero no hay un final feliz. El telón se cierra lentamente, y el público, cansado y sin respuestas, comienza a levantarse. Saben que esta obra volverá a escena. Con nuevos actores, nuevas promesas, nuevos tÃtulos. Pero la farsa seguirá. Porque en este paÃs, la justicia no es un acto, es un espectáculo.
Asà que, mientras los expertos se devanan los sesos analizando el "inicio incierto" de la nueva corte, yo, desde mi rincón, observo el espectáculo y no puedo evitar reÃr. Porque es una comedia perfecta. Una obra de teatro en la que el protagonista no es el nuevo juez, sino el viejo problema. Y la única forma de que la obra termine, no es con un nuevo elenco, sino con un público que se levante y se niegue a seguir aplaudiendo. Porque un dÃa, la comedia podrÃa volverse una revolución. Y en ese dÃa, la justicia, por fin, dejará de ser descafeinada.
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