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Fentanilo:

 

 Los Huesos de la Frontera

Por Profesor Bigotes 


"Es un trabajo duro, pero alguien lo tiene que hacer. El diablo siempre encuentra a alguien para hacer su trabajo."

El fentanilo tiene una lógica simple. No hay complejidad. Un kilo de la sustancia es un negocio tan limpio y eficiente como se puede imaginar. No hay que cultivar nada. No se necesita mucho espacio. Basta una mesa de laboratorio y unos químicos que se compran en línea. El polvo llega por barco o por avión, a menudo desde Asia, y se procesa. Una vez que se tiene, el peso no importa. Una pequeña cantidad es suficiente para matar a cientos de personas. Es un negocio para hombres con las manos limpias, pero con la mente llena de sangre. La rentabilidad es la única métrica.

Los cárteles mexicanos entendieron esto. El negocio de la heroína y la cocaína era un asunto de volumen. Toneladas de cocaína de Colombia, heroína de los campos de amapola en las montañas de Sinaloa y Guerrero. Ese negocio era sucio, ruidoso y visible. El fentanilo es un fantasma. Es la droga que no se ve, que no huele y que mata sin aviso. Entra a Estados Unidos en pequeñas cantidades, camuflada en pastillas falsas, mezclada con otras drogas o escondida en los compartimientos de los coches. La única forma de detectar el tráfico es con el tacto y la suerte, o con la inteligencia que no se puede comprar en la calle.

En el lado americano, la crisis es un problema de salud pública. Las muertes por sobredosis de opioides sintéticos se han disparado. La gente muere en las calles, en los baños de los restaurantes, en las camas de sus casas. Es una epidemia que carcome el interior del país, pero que tiene su origen en las fronteras. Los políticos en Washington señalan a México. "Ellos son los culpables", dicen, "no están haciendo su parte." Es un argumento simple que suena bien en los mítines, pero que se desmorona cuando se ve la situación de cerca.

La verdad es que el problema no es de México. O no solo de México. El problema es de los dos países. La demanda estadounidense es insaciable. Un país que consume más drogas que cualquier otro en el mundo. Un país que fue seducido por las grandes farmacéuticas que recetaron analgésicos con la misma facilidad con la que se regalan caramelos. Un país que buscó alivio para el dolor y encontró la adicción. México, por su parte, es el lugar de paso. Es el patio de juegos de los cárteles que han aprendido a adaptarse. Dejaron la heroína, un negocio que requería trabajo duro y paciencia, y se pasaron al fentanilo, un negocio para químicos y contadores. Es un negocio de números, no de hombres.

La cooperación entre los dos gobiernos es una conversación llena de diplomacia, de comunicados de prensa y de promesas vacías. México pide a Estados Unidos que frene el flujo de armas que entra al país. Estados Unidos exige a México que haga más para detener el flujo de drogas. Es un círculo vicioso de culpas que no lleva a ninguna parte. La realidad es que la única forma de detener el negocio es atacar en ambos frentes. Reducir la demanda en Estados Unidos y desmantelar los laboratorios en México. Pero para hacer eso, se necesita honestidad y un nivel de confianza que no existe.

El fentanilo es la manifestación de un "corazón de las tinieblas" en ambos lados de la frontera. Es el producto de la desesperación, de la adicción que no tiene fin. Los cárteles no ven a los adictos, solo ven una cuenta bancaria. Los políticos no ven a los muertos, solo ven un titular de prensa. Y en medio de todo esto, la gente sigue muriendo. La gente que no importa, la gente que está al final de la cadena de suministro. Sus muertes son solo una estadística, un número más en el gran conteo. La lucha contra el fentanilo no es una guerra, es una paradoja. Cuanto más se lucha, más grande parece el problema. Y la única solución, si es que hay una, no se encuentra en las balas, sino en la comprensión de una nueva y brutal realidad.