Un Relato de Dignidad en la Carretera
La verdad no es un destino, sino un camino que se recorre con los pies sucios y el corazón abierto.
Había visto el titular en la pantalla de mi teléfono, un titular frío y sin alma: "Colombia prohíbe las exportaciones de carbón a Israel, argumentando que no se usará para 'alimentar una máquina de guerra'". A primera vista, era solo otra noticia, un par de frases en la inmensidad de un día lleno de información. Pero algo en esa frase me detuvo, me hizo cerrar el teléfono y buscar un camino. La verdad, he aprendido, no se encuentra en las pantallas. Se encuentra en la carretera, en el camino que se recorre para ver por uno mismo.
Mi viaje comenzó en la quietud de una biblioteca. Abrí libros de historia, de economía, y de política. Y lo que encontré no fue un relato de grandes hombres y fechas, sino una historia de gente. La historia de los mineros que se meten en la oscuridad de la tierra para sacar la energía que mueve el mundo. La historia de los ingenieros que construyen los barcos que la llevan. La historia de los hombres y mujeres en la calle que, sin saberlo, están conectados por un hilo invisible a un lugar lejano, a un conflicto que no es suyo.
La decisión de Colombia no era solo una declaración política. Era una declaración de principios. Era la voz de un país que se ha levantado, que ha dicho "no más". No se trataba de números en una hoja de cálculo, ni de balances de exportaciones. Se trataba de algo mucho más profundo: la dignidad. La dignidad de saber que lo que sacas con el sudor de tu frente no se usa para destruir la casa de alguien, para alimentar un motor de guerra. Era la libertad de decir "mi trabajo, mi esfuerzo, tiene un propósito. Y ese propósito no es la destrucción".
Me imaginé a un minero, con el rostro cubierto de hollín, regresando a su casa, y que al llegar, su hijo le pregunta: "Papá, ¿qué es la guerra?". Y él, en vez de explicarle el horror, le puede decir: "Hijo, nosotros no alimentamos la guerra. Nosotros alimentamos a la gente. Y eso es lo que nos hace libres". Me imaginé al político que tomó esa decisión, no como un ser de poder, sino como un hombre que, al acostarse en su cama, pudo dormir con la conciencia tranquila.
Y en ese momento lo entendí. El carbón no era solo un mineral. Era la metáfora de la vida. Se saca de las profundidades de la tierra, se limpia, se le da un propósito. Y ese propósito, en última instancia, define lo que somos. La decisión de Colombia fue un acto de exploración, una búsqueda de la verdad de un país. Y en esa búsqueda, encontraron no solo lo que eran, sino lo que podían llegar a ser. Un país que entiende que la libertad y la moralidad son el único oro verdadero.
El viaje continúa, ya que la verdad es un camino que no tiene fin. Y en la próxima parada, en la frontera, veré si el eco de esta decisión ha llegado a otros oídos, si ha encendido una chispa en otros corazones, si la búsqueda de la dignidad es una búsqueda universal.
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