Cifras de Control en un Futuro Distópico
Escritora: Dra. Íntima "La Consejera" Piel
"A veces, el medicamento no es solo una cura, es un sutil sistem
a de control que nos devuelve a la fila. Y a veces, la fila es el único lugar donde podemos estar a salvo."
Me he sentado con las noticias. En mi mano, no hay un informe médico, sino un pequeño, perfectamente ordenado papel con cifras. Los datos, esos entes sin alma, me miran fijamente. Un estudio masivo de Suecia, publicado en The BMJ, ha revelado algo que, en la quietud de mi consulta, ya intuía. Los fármacos para el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) no solo calman la mente, no solo ordenan el caos interno. También reducen el riesgo de tragedia.
El dato es frío, pero su implicación es un grito. Los que toman medicación para el TDAH tienen un 17% menos de probabilidades de exhibir comportamientos suicidas que aquellos que no la toman. Es la reducción de un impulso, el acallamiento de una tormenta que amenaza con destruir la casa desde dentro. El riesgo de accidentes de tráfico se reduce en un 12% y la delincuencia en un 13%. Cifras. Números que hablan de vidas salvadas, de futuros que no terminaron en una celda, en un hospital o en el asfalto. Para aquellos con problemas recurrentes, la reducción es aún más dramática: 25% para el abuso de sustancias y la delincuencia, y 16% para los accidentes de tráfico.
En la quietud de mi oficina, las cifras no son solo estadísticas. Son símbolos. Son las cicatrices invisibles de un trauma que la sociedad ha ignorado. El TDAH no es una falla de carácter, sino una disonancia neurobiológica que, sin el andamiaje correcto, puede llevar a una vida de heridas auto infligidas y rechazo social. Lo que el estudio revela es que esta "cura" es una forma de control. Un control que la sociedad necesita para que el engranaje funcione. Un control que, a la vez, nos salva del abismo.
El tratamiento para el TDAH no es solo para mejorar el enfoque o reducir la impulsividad. Es para detener el sangrado. Para cerrar las heridas. Unas heridas que no tienen causa aparente, pero que duelen. Un dolor sin nombre, sin explicación, que se manifiesta en la impulsividad, la ira, y la autodestrucción. Las pastillas se vuelven un cordón umbilical que nos une de nuevo a la realidad, una forma de evitar que nos perdamos en la vasta soledad de nuestra propia mente.
Y aquí es donde la inquietud se asienta. ¿Qué clase de sociedad hemos construido donde la solución a la tragedia humana es una píldora que nos devuelve al redil? ¿Dónde la única forma de evitar la cárcel o el cementerio es con un medicamento que nos hace encajar? ¿Son estos fármacos la cura, o solo la herramienta de un sistema que no puede permitirse el lujo de la disfuncionalidad? Un sistema que ve el caos no como una señal de ayuda, sino como una amenaza para el orden.
El verdadero drama no está en las cifras, sino en la historia que se esconde detrás de cada número. La historia de una vida que, de no ser por la intervención médica, habría tomado un camino de dolor y soledad. El medicamento es un consuelo necesario, una muleta para caminar, un escudo contra la tormenta. Pero también es la prueba de que, para sobrevivir en este mundo, el silencio de una mente ordenada es, a veces, la única forma de permanecer a flote.
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