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El retrato del marqués digital:

 

Una sátira sobre la tiranía de la marca personal

Por El Gato Negro

El verdadero tirano de nuestra época no es un rey con corona, sino el número de ‘me gusta’ en la palma de nuestra mano.



Día tras día, nos encontramos ante el espejo del mundo, que ahora es una pantalla. Ya no nos preguntamos “¿quién soy?”, sino “¿qué voy a publicar?”. La vida se ha vuelto un espectáculo y nosotros, sus protagonistas involuntarios, representamos un papel que hemos escrito para una audiencia de fantasmas. Es un juego ridículo, una comedia del absurdo, donde la autenticidad se ha convertido en la moneda más devaluada del reino. Los estudios sociológicos, con una seriedad que casi da risa, confirman lo que los ojos cínicos ya sospechaban: la búsqueda de la validación en la red ha creado una nueva forma de servidumbre. El verdadero tirano de nuestra época no es un rey con corona, sino el número de “me gusta” en la palma de nuestra mano.

Con una sonrisa de desdén, se observa a la multitud. Se ve a hombres y mujeres deambulando por cafés de diseño, no para beber café, sino para fotografiar su café. Se les ve sonriendo a la cámara con una felicidad tan forzada que podría romper el cristal. Nos hemos convertido en pequeños comerciantes de nuestra propia existencia, vendiendo una versión pulida, editada y retocada de nosotros mismos. El retrato del marqués digital de nuestra era no cuelga de la pared de un palacio, sino en el muro de una red social. Y detrás de cada retrato perfecto hay una verdad incómoda: una ansiedad oculta, un vacío que ninguna cantidad de likes puede llenar.

La tiranía es sutil. No nos obliga con cadenas, sino con la promesa de una felicidad que es siempre un reflejo, nunca la realidad. Nos incita a una competencia infinita por quién tiene el viaje más exótico, el plato de comida más bello, la pareja más sonriente. Y en esta carrera, la vida real, con su desorden y sus imperfecciones, se queda atrás, como un sirviente olvidado en un pasillo. Uno se pregunta, con una ironía mordaz, si el verdadero paraíso no estará en el mundo analógico, lejos del ruido digital, donde uno puede ser simplemente, sin la necesidad de ser fotografiado.

En esta nueva versión de la corte, todos somos príncipes y pajes a la vez. Celebramos las victorias de los demás con una envidia apenas disimulada, y aplaudimos el fracaso ajeno con una secreta satisfacción. La amistad se mide en seguidores, el amor en comentarios. Y el alma, si es que todavía existe en este circo de vanidades, es un objeto que hemos vendido por el fugaz placer de un “like”. Y así, la cultura del self-branding se convierte en un ritual de autosacrificio, donde inmolamos nuestra autenticidad en el altar de la imagen.