El Gran Chiste del Casco en Marte
Por: El Gato Negro
"El rover de la NASA encontró una roca en Marte y la humanidad se encontró a sà misma en un espejo. El universo no tiene sentido del humor, pero nosotros sÃ, aunque no nos demos cuenta."
La noticia llegó a la Tierra con la puntualidad de un chiste mal contado. El rover de la NASA, ese pequeño y obstinado robot de metal y cables que deambula en la soledad de Marte, habÃa enviado una imagen. Y en esa imagen, en medio del desolado paisaje rojo, un objeto se alzaba. No era una roca más, ni un montÃculo de arena. Era, o al menos asà lo decretó la mitad del internet con la autoridad de un dios ebrio, un "casco alienÃgena".
El debate se encendió con la velocidad de un incendio en un desierto. Titulares en los periódicos que decÃan "El Secreto de Marte al Descubierto", expertos de la televisión que gesticulaban con elocuencia sobre "la primera prueba irrefutable de vida inteligente más allá de la Tierra", y, por supuesto, una avalancha de teóricos de la conspiración que confirmaban que la NASA, en su infinita maldad, habÃa ocultado este descubrimiento durante años. La calma del planeta rojo fue reemplazada por la histeria del planeta azul.
El rover, en su silenciosa e incomprensible lógica, no entendÃa el alboroto. Para él, era solo la foto de una roca. Un fragmento de un mineral que el implacable viento marciano habÃa pulido y erosionado durante eones, dándole una forma que, con un poco de imaginación y un gran deseo de encontrar algo, podÃa asemejarse a un yelmo. El pobre robot, ajeno a la comedia humana, simplemente continuó con su tarea, perforando muestras y analizando la composición quÃmica de la tierra. Pero en la Tierra, ya habÃa un ejército de comentaristas, ufólogos y "expertos en historia galáctica" discutiendo si la civilización marciana habÃa sido aniquilada en una guerra civil o si simplemente habÃan sido tan descuidados como para olvidar su equipo de combate.
El circo mediático, un espectáculo en el que la razón es el elefante que todos ignoran, no tardó en instalarse. Un autoproclamado "paleo-astrónomo", el Dr. Cornelius Von Blarney, apareció en un noticiero matutino con la seriedad de un oráculo. "La forma es demasiado perfecta para ser natural", sentenció, sosteniendo una réplica de plástico. "Vean la curvatura de la visera, el diseño aerodinámico para una atmósfera tenue. Es un claro indicio de un ser con dos ojos, y quizás, una protuberancia en la cabeza, un par de cuernos, tal vez". La gente asentÃa con la cabeza, como si estas revelaciones, basadas en nada, tuvieran el peso de la fÃsica newtoniana.
La absurda conclusión de Von Blarney fue solo el inicio. Otros "expertos" teorizaron que el casco era en realidad un fragmento de una nave espacial estrellada, o un souvenir de una civilización que visitó Marte y se fue tan rápido como llegó. La ironÃa era tan espesa que casi se podÃa cortar con un cuchillo. Una especie que ha desatado guerras por el petróleo, que contamina sus rÃos y que se auto-destruye con una envidiable regularidad, estaba buscando desesperadamente una prueba de que, en algún rincón del cosmos, no estaba sola. La soledad, en este caso, es la única excusa que nos queda para la demencia.
Piénsenlo. Si existiera una civilización avanzada, con la tecnologÃa para recorrer las galaxias, ¿creen que dejarÃan un "casco" en el suelo como si fuera una lata de refresco? ¿O que se lo quitarÃan por un momento para rascarse la cabeza y luego lo olvidarÃan? La idea es un insulto a la inteligencia, no de una especie alienÃgena, sino de la nuestra.
El verdadero misterio no es el casco, sino la necesidad de crear un mito a partir de una roca. Vivimos en una era en la que la ciencia, con su frÃa y aburrida lógica, nos ha dejado sin monstruos en el armario y sin dioses en las nubes. La exploración espacial, en su esencia más pura, es la búsqueda de la verdad, pero nuestra imaginación, siempre lista para llenar los vacÃos, prefiere la ficción. El "casco alienÃgena" en Marte es la manifestación de nuestra soledad existencial, nuestra vana esperanza de que alguien más, en algún lugar, está enfrentando el mismo caos que nosotros.
Y el silencio de Marte, el silencio que ha durado milenios, es la respuesta más cÃnica de todas. El universo no nos debe una explicación. No hay aliens, no hay cascos olvidados. Hay solo el viento, el polvo y un rover que, sin saberlo, acaba de tomar una fotografÃa que le ha dado a la humanidad un nuevo chiste para contar. Y la frase que lo acompañará por siempre será: "La pregunta no es si hay vida inteligente allá afuera, sino si aún queda aquÃ".
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