De Cuando el Molino del Mensaje Dejó de Moler
Por Socorro "La Matriarca" Social
"Y es la palabra, doña, más amiga del corazón que la espada."
Se nos ha caÃdo el WhatsApp, dijeron, y el mundo, por un instante, se ha quedado huérfano. Oh, qué espectáculo tan digno de la pluma de un ingenioso hidalgo, ver a estas criaturas del siglo XXI, con sus cabezas inclinadas ante un espejo negro y mudo. Un repentino silencio. No el silencio de la paz, no, ni el de la meditación, sino uno abrupto, un corte limpio, como si una mano invisible hubiera tijereteado el hilo que nos unÃa a todos. Y yo, que he visto girar la noria del tiempo, no puedo evitar sentir un curioso sabor, una melancolÃa que se mezcla con un asomo de risa. Es la vida, ¿o es el simulacro? A la una, dos, tres, el mensaje no se ha enviado. Y la angustia florece en sus ojos, en sus dedos que ya no saben qué hacer, en sus bocas que, por un instante, se abren para decir algo que la tecnologÃa ya no puede susurrar.
La comunicación, he pensado yo, la habÃamos reducido a un mero instante, a un "visto", a una "palomita" azul que certificaba nuestra existencia. Y cuando esa pequeña señal se nos ha sido arrebatada, ¿qué nos queda? Un eco vacÃo. Pensaba en mi sobrina, que por estos momentos, sin poder enviarle a su novio las doscientas veces que le ha dicho "te amo", creerá que el amor se ha desvanecido en el éter, que no existe si no hay un emoticono que lo certifique. Y el vendedor de chucherÃas en la esquina, sin su WhatsApp para pedir los últimos paquetes, pensará que el universo ha conspirado contra él. Es un espejo, un espejo de Vanidad y de Necesidad, donde cada uno de nosotros proyecta su pequeña tragedia y su gran dependencia.
Me he sentado en mi silla de mimbre, en este rincón de la plaza, y he visto. He visto un muchacho levantar la cabeza de su teléfono por primera vez en horas, y por un instante, mirar a la paloma que revolotea a su lado. Y un anciano, en la otra banca, que no se ha enterado de nada, que ha seguido leyendo su periódico como si el tiempo no se hubiera detenido, o mejor dicho, como si el tiempo no se hubiera descompuesto. Y he comprendido, con la serenidad de quien ya ha vivido, que el alma no necesita una pantalla, que el corazón no se comunica con gigabytes, que la verdadera amistad no se mide en "likes" ni en "chats" de grupo. Es el alma, sÃ, que sigue esperando ser escuchada, no leÃda. Es la palabra que nos es dada, sin mediaciones, sin el tic-tac de un mensaje enviado, y es la mano que se extiende, el abrazo que se da, la mirada que se sostiene. Y por un instante, me ha parecido que el mundo no se ha acabado, sino que ha regresado.
Y asÃ, mientras la tecnologÃa se esfuerza en recomponerse, en volver a encender esa luz verde que certifica nuestra conexión, yo me quedo aquÃ, disfrutando de este silencio repentino. Y me pregunto si no serÃa mejor que esa luz se quedara apagada un poco más. Para que volvamos a vernos, a oÃrnos, a tocarnos. Para que volvamos a recordar que el corazón, ese sÃ, es un mensaje que nunca se cae.
Social Plugin