Entre el Scroll y el Sortilegio:

Narrativas Mágicas para la Realidad del Siglo XXI

Por Aurora "La Poetisa" Tinta



El mundo, antaño tejado de realidades firmes y maravillas contenidas, se ha vuelto un palimpsesto donde lo tangible y lo etéreo danzan sin cesar. En la urdimbre de nuestros días, entre el incesante scroll de pantallas que nos conectan a infinitos universos y el efímero parpadeo de una notificación que tintinea cual pequeña campana lejana, emerge una verdad tan antigua como el primer cuento de fogata: lo asombroso sigue habitando lo cotidiano. El Realismo Mágico, ese género que supo desdibujar fronteras entre el sueño y la vigilia, entre la razón y la fábula, parece resurgir, no ya en aldeas olvidadas por el tiempo, sino en la vibrante y caótica sinfonía de la vida en el siglo XXI. ¿Será que la fantasía, anclada en la familiaridad de lo que somos y vivimos, es la nueva brújula para navegar la estruendosa modernidad?

Recordamos las voces que, con maestría, nos enseñaron a ver llover flores amarillas con el suave aroma del olvido o a sentir la levitación como un simple acto de amor. Aquellas narrativas tejían lo extraordinario en el lienzo de lo común, haciendo que lo inverosímil no solo fuese posible, sino profundamente humano y real. Hoy, el asombro no necesita el susurro de un viento ancestral; a menudo, reside en el eco digital, en la simultaneidad de lo global y lo local que la red nos entrega. ¿No es acaso un prodigio quijotesco que los molinos de viento de la desinformación giren al compás de un algoritmo, o que la propia "nube" no sea más que un reino etéreo donde nuestros recuerdos flotan, suspendidos entre el olvido y la eternidad? La propia tecnología ha sembrado en nuestras vidas semillas de lo inverosímil que, con un poco de imaginación, germinan en puro sortilegio.

Este Realismo Mágico 2.0 no busca huir de la realidad; por el contrario, se zambulle en ella, en su complejidad saturada de información, en su aparente frialdad tecnológica, para desvelar los portales secretos que siempre han existido. ¿Cómo interpretar la ansiedad colectiva que nos une y nos separa, si no como una niebla densa que se posa sobre las ciudades, tan real en sus efectos como el vapor que emana de las alcantarillas? En este laberinto de información y filtros, donde la verdad a menudo se vuelve un camaleón que cambia de color, ¿cómo discernir lo auténtico? La mente, saturada de clicks y notificaciones, se fragmenta, y la realidad misma se difumina, volviéndose una acuarela donde los límites de lo posible se disuelven. La fantasía, paradójicamente, nos ofrece una lente nítida para ver la ambigüedad de nuestro presente como una cualidad inherente y no como un defecto. ¿Y qué decir de la forma en que los recuerdos, antes prisioneros del álbum familiar o la mente, ahora flotan en una nube, al alcance de un clic, capaces de reaparecer y emocionarnos como fantasmas benevolentes de nuestro pasado? La vida misma, con sus algoritmos que anticipan nuestros deseos y sus filtros que distorsionan la verdad, posee una cualidad onírica que el realismo más crudo ya no puede contener.

En esta nueva encarnación, la fantasía no es un escape, sino una herramienta de comprensión. Permite a los narradores iluminar las fisuras de nuestro presente, esas grietas por donde se filtra lo absurdo, lo sublime y lo trágico de nuestra existencia conectada. Nos ayuda a procesar la sobrecarga sensorial, la constante disonancia entre lo que se nos muestra y lo que se siente. Es el cuento que nos permite hablar de la soledad en la multitud digital, de la intimidad desdibujada por las pantallas, de la búsqueda de significado en un mundo que a veces parece haberlo perdido, todo sin recurrir a la mera crónica o al ensayo frío.

Así, entre el scroll que desliza el mundo ante nuestros ojos y el sortilegio que habita cada instante de esta era, el Realismo Mágico vuelve a tomar su lugar. No es un retorno nostálgico a un pasado literario, sino una reinvención vibrante, una nueva mirada que nos invita a ver la magia en la cotidianidad, el asombro en lo predecible, y la poesía en el vasto y a menudo incomprensible tapiz del siglo XXI. Que cada parpadeo de la pantalla, cada notificación que nos arranca de la pausa, sea también una invitación a desvelar el sortilegio oculto, a sentir la inmensa belleza que aún palpita entre los bits y los sueños. La realidad, al fin y al cabo, es la más grande de las ficciones, esperando ser contada una y otra vez con el asombro que merece.

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