EL ABISMO DE LA FE: Cuando la Autoridad Asume la Vulnerabilidad
Registra el Vaticano un silencio denso, aquel que sigue a la confesión más amarga. Sabe la prensa que el encuentro entre el Papa y las víctimas de abuso no es diplomacia; es la confrontación del poder con la herida singular. Se encuentra la cúpula de la Iglesia ante la verdad innegociable: la verdad humana, íntima, dolorosa. Entiende la institución que la autoridad teológica y la verdad canónica son insuficientes ante el trauma.
Ha mantenido la Iglesia, por siglos, la promesa de la salvación a través de la fe, sosteniendo la estructura sobre el dogma y la jerarquía. Pero desintegra el dolor de una sola víctima todo el andamiaje. Revela el testimonio crudo el abismo que separa la verdad espiritual (la gracia divina) de la verdad terrenal (el daño infligido). Se rompe el espejo donde la institución veía su propia pureza. Busca el encuentro, profundo y extenso, un puente, pero parece que la única materia prima disponible es el duelo. Observa la Historia cómo el poder, forzado a la escucha, inicia un camino ineludible hacia su propia vulnerabilidad.
Descúbrese que el perdón no puede ser otorgado por la autoridad, sino exigido por el sufrimiento. La sanación de la fe rota no procede de una bula o un decreto papal; surge de la admisión, pública e incondicional, de la fragilidad estructural que permitió el crimen. Se comprende que la Iglesia no puede redimir el pasado con la mera autoridad simbólica, pues el dolor, es la evidencia, es tangible, físico, y solo la honestidad descarnada puede actuar como bálsamo. Reside la única posibilidad de reparación en el despojo de la vestidura institucional y en la asunción de la imperfección humana que reside en su seno.
Queda en la memoria el eco de las horas. Se espera que el encuentro, doloroso y necesario, no sea el cierre de un capítulo, sino el punto de inflexión que marque una nueva era. Permanece la institución obligada a confrontar su sombra. Afírmase que la fe solo podrá ser reconstruida sobre los cimientos de la verdad vulnerable, no sobre el mármol de la autoridad inexpugnable. Vislúmbrase la esperanza solo si el reconocimiento del error se vuelve la nueva doctrina.

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