Negociación y Guerra:

 El Doble Juego de Netanyahu en Gaza

Por El Príncipe de la Sombra


"La guerra no debe ser el fin, sino un medio para un fin superior."

El conflicto en Oriente Próximo, más que un caos de voluntades, es un ajedrez estratégico donde cada movimiento tiene un fin calculado. La decisión del Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, de avanzar con una operación militar en Ciudad de Gaza, a pesar de las protestas, no es un acto impulsivo, sino una táctica de presión pragmática para obtener mejores términos en la mesa de negociación. Es una aplicación directa de la filosofía de la guerra: "El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin combatir." Utilizando la amenaza y la fuerza como palanca, Netanyahu busca lograr sus objetivos sin tener que librar la batalla completa, una estrategia que combina la astucia con la intimidación.

La situación actual en Gaza es un complejo entramado de realidades que colisionan. Las advertencias de la comunidad internacional se intensifican, señalando que la escalada militar "traerá aún más muertes y sufrimiento injustificado", lo que podría desencadenar una crisis humanitaria de proporciones aún mayores. Este escenario, sin embargo, parece ser una variable aceptada dentro del cálculo frío del líder israelí. El pragmatismo político, en su forma más pura, dicta que el beneficio estratégico supera el costo humano, una lógica que se ha repetido a lo largo de la historia en conflictos de esta naturaleza.

Al mismo tiempo que se prepara para la ofensiva, la maquinaria diplomática sigue en movimiento. La orden de Netanyahu para iniciar negociaciones "inmediatas" para la liberación de rehenes no contradice la escalada militar; de hecho, la complementa. Se trata de un doble juego calculado: la amenaza de la invasión como palanca para acelerar un acuerdo favorable. El objetivo es claro y sin concesiones: la liberación de los cautivos y la eliminación de la amenaza percibida, sin importar el costo en términos de opinión pública o la condena internacional. La dicotomía entre la guerra y la paz se desvanece en una sola estrategia coherente, donde la violencia es una herramienta de negociación y la negociación es una forma de guerra.

Esta estrategia, sin embargo, debe ser evaluada no solo por su astucia, sino por su impacto moral y su contribución a la armonía a largo plazo. La filosofía de Confucio, que busca el orden y la virtud en el gobierno, cuestionaría si tales acciones, que causan un sufrimiento generalizado, pueden realmente conducir a una paz duradera. Si bien el pragmatismo busca la victoria a toda costa, el orden moral dictaría que las acciones de un gobernante no deben causar sufrimiento injustificado ni socavar la estabilidad a largo plazo de la región. Las protestas contra la operación militar se han intensificado en la región, reflejando el cansancio y el dolor de una población que ha sido testigo de la violencia constante, una señal de que el desorden social y el resentimiento están en aumento.

El riesgo de esta táctica es que, al buscar una victoria inmediata, se siembre la semilla de futuros conflictos. Una ofensiva a gran escala podría unificar a los enemigos, fortalecer su resistencia y hacer aún más difícil una solución pacífica. La pregunta, entonces, no es si la estrategia es efectiva a corto plazo, sino si es virtuosa y si, en última instancia, conducirá a un orden más estable o a un ciclo interminable de violencia. El futuro de la región pende de un hilo, y la sombra del pragmatismo político podría, en última instancia, eclipsar cualquier esperanza de paz.

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