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El Veneno de la Era en Ginebra:

 Crónica de un Teatro de Espejos ante la Marea Pálida

Por: El Bardo Felino


Se abre el telón sobre un escenario de mármol y vidrio. Damas y caballeros, ataviados con ropajes de nuestra era, toman asiento. Un mensajero, fatigado y polvoriento, se postra ante el Gran Consejo.

¡Oh, nobles de esta tierra, de la vasta y redonda esfera! ¡Traigo nuevas que hacen temblar los cimientos del orbe, y que ponen en jaque el alma de vuestro porvenir! Un oráculo, no de Delfos, sino de la ciencia, ha susurrado a mis oídos un vaticinio: la pestilencia plástica que asfixia nuestros mares y suelos se triplicará su volumen antes de que el sol de dos mil sesenta haya marcado su cenit. Es un monstruo sin forma, un sudario pálido y brillante que envuelve la creación, fruto de la mano del hombre, y que crece sin cesar en su ambición insaciable.

Y vosotros, aquí en Ginebra, la ciudad de los relojes y los pactos, os sentáis en la mesa de los cónclaves para tejer una red de palabras. Con plumas de oro y tintas que prometen soluciones, discutís y debatís sobre cómo contener esta marea. ¡Es la gran ironía de nuestro tiempo! Negociáis la vida de los océanos mientras el veneno ya los ha devorado. Es un teatro de sombras, una farsa magistral donde cada diplomático recita su parlamento de intenciones nobles, mientras el fantasma del desastre se yergue tras el telón, mudo y amenazante.

Oh, la vil vanidad de las corporaciones, que han sembrado este mal con sus frutos perecederos, envueltos en la armadura del plástico. Se presentan ante el foro con palabras untadas de miel, prometiendo innovaciones y reciclaje, cuando saben bien que sus fábricas siguen vomitando un río interminable de esta podredumbre moderna. Y el hombre común, el buen ciudadano, en su sueño de la conveniencia, arroja al pozo sin fondo sus propios desechos, ignorando que cada pequeño acto se suma a la tumba colectiva.

¿Acaso no oís el llanto de la tierra, que se queja en su agonía? ¿No veis la agonía del pescado que se ahoga en vuestro propio legado? Sois los maestros de la palabra, los guardianes de las fronteras, los que deciden el destino de las naciones, pero ante este enemigo inmaterial, os volvéis niños asustados, que con discursos y promesas vagas intentan ahuyentar a un dragón que solo conoce la fuerza de la inercia. El juicio no vendrá de las espadas o de los cañones, sino de esta lenta, silenciosa e implacable marea de plástico que, a la postre, nos cubrirá a todos.

Y cuando todo esté envuelto en esta mortaja, y la memoria de la naturaleza sea solo un eco lejano, ¿quién recordará vuestros discursos? Solo quedará el silencio, y el monólogo final de los océanos, ahogados en su propia soledad.