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El Silencio Roto

 

 La IA y el Dilema Ético de la Inmortalidad Musical

Por  Aurora "La Poetisa" Tinta



El arte es un eco de la vida que un día se apagará. La voz de un cantante, en su imperfección y su belleza, es el aliento de un ser humano que ha sentido, que ha amado, que ha sufrido. Es una huella de su existencia que, con su partida, se transforma en un recuerdo precioso y, por naturaleza, finito. Pero en esta era, donde la tecnología desafía a la mortalidad, ese eco ha sido capturado, analizado y reproducido. La inteligencia artificial ha resucitado las voces de los muertos, y al hacerlo, ha roto el silencio que una vez honramos.

Este fenómeno, que ya se ha manifestado en proyectos de gran visibilidad, no es solo un avance tecnológico. Es una profunda provocación existencial. Tomemos el caso de Marilyn Nova, una estrella del pop de los 80 cuyo sello discográfico lanzó recientemente un "nuevo" sencillo. La voz, recreada a partir de grabaciones de archivo con una precisión inquietante, se sentía viva, pero carecía de alma. O el de Leonel Grimm, el legendario cantautor de folk, cuyos demos sin terminar fueron completados por una IA que "aprendió" su estilo de canto y composición. La tecnología de clonación vocal se ha perfeccionado al punto de la indistinción, pero las preguntas que plantea son cada vez más evidentes.

El dilema no se limita a las preguntas sobre el legado o los derechos de autor, que son importantes. Va más allá, a un terreno de la ética y la memoria. La voz no es solo un sonido; es la manifestación del espíritu, del momento, del contexto de la vida que la generó. ¿Tenemos derecho, por ejemplo, a resucitar una voz sin el consentimiento de su dueño? Los tribunales ya comienzan a debatir sobre los "derechos post-mortem" y si la familia o la discográfica tienen la autoridad para autorizar la creación de una obra que el artista nunca concibió. El verdadero legado de un artista no es solo lo que hizo, sino lo que no pudo llegar a hacer, el silencio que dejó atrás, un vacío que la IA, por más perfecta que sea, no puede llenar. Al manipular ese eco, nos arriesgamos a convertir el recuerdo en una simulación, el arte en un producto y la muerte en una simple inconveniencia técnica. La inmortalidad digital es un espejismo que nos aleja de la verdad más humana: la belleza reside en la finitud de la vida.