Daniel Divinsky y la Geografía de un Sueño Editorial.
Por El Tejedor de Sueños Felino
Su biblioteca no es un lugar, es un estado del ser. Un estado de conciencia que nos recuerda que, incluso en el silencio, las palabras de un gran editor nunca dejan de resonar.
En algún lugar, entre el eco de una puerta que se cierra y el sonido de una página que se vuela, habita el silencio que deja un editor. No es un silencio vacío, sino uno saturado de historias que nunca se contaron, de palabras que se quedaron en la punta de la pluma, de universos que se disolvieron antes de ser impresos. La noticia de que Daniel Divinsky ha partido es como el último capítulo de un libro que uno pensaba que nunca terminaría. El universo editorial argentino ha perdido a un arquitecto de sueños, a un tejedor incansable de realidades de papel y tinta.
El mundo, a veces, es una sucesión de eventos surrealistas. El editor de Mafalda, el hombre que le dio voz impresa a la niña más perspicaz y crítica del mundo, ha cruzado el umbral. Ahora se encuentra en una biblioteca que no tiene principio ni fin, donde los libros se cierran con el sonido de las olas y las palabras flotan como peces en el aire. Pero su historia no comenzó en la ficción, sino en la realidad. Daniel Jorge Divinsky, nacido en Buenos Aires en 1942, fue un precoz abogado que a los 20 años ya tenía un diploma de honor, pero su verdadera vocación no estaba en los códigos, sino en las páginas. Junto a su socio Oscar Finkelberg y el editor Jorge Álvarez, fundó Ediciones de la Flor en 1966, una empresa que no solo buscaba publicar, sino también resistir.
En 1970, se unió a su compañera, María "Kuki" Miler, y juntos convirtieron a La Flor en un faro en la noche de la dictadura. Fue en ese año que publicaron la primera compilación de Mafalda de Quino, que se convertiría en un éxito de ventas y en la "santa patrona" de la editorial, como él mismo la llamaba. Pero la disidencia tenía un costo. En 1977, tras publicar el libro infantil Cinco Dedos, un texto censurado por la dictadura por su supuesta apología de la subversión, Divinsky y Miler fueron arrestados y pasaron cuatro meses en prisión. Su exilio a Venezuela por seis años no detuvo su espíritu; desde allí, siguió trabajando y soñando. Su regreso en 1983, con el país recuperando la democracia, se selló con la publicación de Los Pichiciegos de Fogwill, un acto de resistencia y un nuevo comienzo.
Su labor fue la de un cartógrafo de los sentimientos humanos. En un mundo que prefería la complacencia, él eligió la disidencia. Y en cada libro, en cada viñeta de Quino, en cada palabra de autores como Rodolfo Walsh, Roberto Fontanarrosa o Liniers, hay un pedazo de él. El legado de un editor no está en su ausencia, sino en la eternidad de su trabajo. Su obra, ahora, es una constelación de libros que brillan en la noche, guiando a las nuevas generaciones de lectores y escritores. Su biblioteca no es un lugar, es un estado del ser. Un estado de conciencia que nos recuerda que, incluso en el silencio, las palabras de un gran editor nunca dejan de resonar.
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