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Relato:

 La Sombra del Pergamino - Parte 3 

Por El Inquisidor

El olor a azufre y la cicatriz de libros fundidos quedaron como fantasmas en el aire de la Gran Biblioteca. El Inquisidor, Félix, no se permitió un respiro. La disolución del espectro, aunque una victoria, era solo el final de un preludio. La pregunta que ardía en su mente ahora era una brasa al rojo vivo: si un simple fragmento de un códice podía ser "corregido" con tal pericia arcana, ¿qué otras verdades ancestrales habrían sido silenciosamente reescritas? La amenaza no era una entidad, sino una filosofía.

Su mirada se posó en un antiguo mapa astral sobre una mesa de lectura cercana, sus constelaciones meticulosamente dibujadas con tinta de plata. Un punto, que representaba una lejana ciudad-estado conocida por sus templos oraculares, brillaba con una luz inusual, como si su posición estelar estuviera ligeramente desplazada. Un mero parpadeo para el ojo inexperto, pero para Félix, entrenado en la armonía del cosmos y los registros, era una discordancia. La manipulación no se limitaba a las crónicas históricas; se extendía a la cartografía celestial, a los mapas de la existencia misma.

Sabía que el espectro no había actuado solo. Había hablado de "liberar al conocimiento de sus grilletes", de que "la verdad tiene muchas caras". Eran los ecos de una secta olvidada, los Espejos Quebrados, una cábala de magos y filósofos que creían que la realidad era maleable y que el caos era la verdadera fuerza creativa. Se pensaba que habían sido erradicados siglos atrás, pero sus susurros, como la tinta del espectro, habían perdurado en las sombras, esperando el momento de reaparecer.

El Inquisidor recogió su bastón, su peso reconfortante en su mano. La batalla no se libraría con espadas, sino con la inquebrantable pureza del conocimiento. La mancha en el Códice Lumina era una herida que debía ser cauterizada no solo por su gravedad intrínseca, sino como un símbolo. Si los Espejos Quebrados podían alterar el pasado, podían reescribir el futuro.

Sin vacilar, Félix salió de la sección de Crónicas Perdidas y se dirigió a los niveles más profundos de la biblioteca, donde se custodiaban los pergaminos fundacionales del mundo, aquellos que se creían inmunes a toda corrupción. Allí, en la Cámara de los Ecos Primordiales, esperaba encontrar no solo la verdad original, sino quizás las claves para desentrañar la red de los Espejos Quebrados.

El camino era una prueba en sí misma. Pasadizos que se reconfiguraban, ilusiones que intentaban desorientar, guardianes arcanos que se manifestaban como preguntas sin respuesta. Pero Félix, con su mente aguda y su convicción inquebrantable, superó cada desafío. No era un mero guerrero, sino un erudito armado con la verdad, un detective del alma que buscaba las fisuras en la psique humana que daban origen a la desviación. Su entendimiento de la "criminología del alma" le permitía anticipar las trampas, comprender las distorsiones.

Finalmente, llegó a la entrada de la Cámara de los Ecos Primordiales. Una puerta de obsidiana maciza, sin cerraduras visibles, se alzaba ante él. No se abría con llaves, sino con una resonancia de intención. Félix colocó su mano sobre la superficie fría, y recitó en voz baja un juramento milenario de los Custodios, su voz cargada con el peso de innumerables generaciones que habían protegido la integridad del saber. La obsidiana vibró, y la puerta se deslizó hacia un lado con un suspiro de aire antiguo.

Dentro, la Cámara era un vasto espacio circular, cuyas paredes estaban cubiertas no por estantes, sino por miles de pergaminos flotantes, cada uno brillando con una luz tenue y propia. En el centro, un único pedestal sostenía el tomo original del Códice Lumina, inalterado desde su concepción. Su luz era más brillante, más pura, el corazón palpitante de la verdad.

Pero no estaba solo. De pie junto al pedestal, un hombre con túnicas de seda que parecían absorber la luz, se giró para encararlo. No era un espectro, sino un ser de carne y hueso, con ojos que brillaban con una inteligencia fría y una sonrisa que era la quintaesencia de la arrogancia. Llevaba en su mano un dije de obsidiana, idéntico a la pluma desintegrada del espectro.

"Bienvenido, Inquisidor," dijo el hombre, su voz era un tono meloso, casi persuasivo. "Te esperaba. Soy Malakor, un verdadero Custodio del cambio. Los Espejos Quebrados no desaparecimos; nos adaptamos, evolucionamos. La verdad es una ilusión, una convención. Y yo estoy aquí para liberar a este Códice de su tiranía estática."

Malakor extendió su mano hacia el Códice Lumina, pero Félix fue más rápido. Su bastón se levantó, no para golpear, sino para proyectar un pulso de luz pura que creó una barrera de energía prismática alrededor del pedestal. Malakor retrocedió, su sonrisa se torció en una mueca de ira.

"¡Estás atrapado en tu propio dogma, Inquisidor! ¡El conocimiento debe ser fluido, interpretativo! ¡Las eras cambian, y con ellas, la historia!" Malakor invocó energía. Los pergaminos flotantes en la Cámara comenzaron a girar salvajemente, chocando entre sí y emitiendo gemidos de papel rasgado. La Cámara se convirtió en un torbellino de historia fragmentada.

Pero Félix se mantuvo firme. Él no era solo un guardián de textos, sino un custodio de la justicia social del conocimiento, de su impacto en el comportamiento humano. Sabía que la "verdad fluida" de Malakor era una excusa para el control, para sembrar la confusión y manipular a las masas. Era la desviación definitiva, el comportamiento más peligroso.

Levantó su bastón al cielo de la Cámara. Un aura dorada lo envolvió, y de él emanaron cadenas de luz etérea que se entrelazaron y se lanzaron hacia los pergaminos flotantes. Las cadenas no los destruyeron; los reorganizaron con precisión, regresándolos a su orden original, calmando el torbellino. Cada pergamino que volvía a su lugar emitía una nota musical perfecta, restaurando la sinfonía de la verdad.

Malakor, al ver su caos deshecho, rugió. Se lanzó hacia Félix, su dije de obsidiana brillando con una energía oscura, dispuesto a perforar el corazón del Inquisidor y con él, el último bastión de la verdad inmutable.

Pero Félix ya lo sabía. Este era el Misterio Humano más profundo: la eterna lucha entre el orden y el caos, la verdad y la conveniencia. Con una mirada que contenía la sabiduría de los eones y la fría determinación de un juez, interceptó el ataque. El bastón no se encontró con el dije; se encontró con la mano de Malakor.

En el momento del contacto, una explosión silenciosa de energía pura inundó la cámara. No hubo fuego, no hubo sonido. Solo una luz blanca, cegadora y abrumadora, que consumió a Malakor. El dije de obsidiana se hizo añicos, disolviéndose en el aire como si nunca hubiera existido.

Cuando la luz se disipó, Malakor había desaparecido. Ni cenizas, ni rastro. Solo la pureza de la Cámara de los Ecos Primordiales, con el Códice Lumina brillando inmaculado en su pedestal central. El orden había sido restaurado.

El Inquisidor bajó su bastón. La misión en Alexandria había terminado. La "corrección" en el Códice Lumina había sido detectada y la fuente, eliminada. Pero el incidente era una advertencia. Los Espejos Quebrados, o al menos su ideología, aún persistían. El alma oscura de la humanidad, su tendencia a retorcer la verdad para beneficio propio, era un misterio que El Inquisidor debía seguir investigando a lo largo y ancho del mundo. La Sombra del Pergamino podía haber sido desterrada de Alexandria, pero aún acechaba en los rincones más profundos de la historia y el corazón humano. Su búsqueda no había terminado; apenas comenzaba, y el vasto tapiz del conocimiento lo esperaba.