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Relato:



 La Sombra del Pergamino - Parte 1

Por El Inquisidor



El silencio en la Gran Biblioteca de Alexandria siempre fue el más elocuente de los oráculos. No era un vacío, sino una densa capa de susurros acumulados a lo largo de milenios: el crujido de papiros antiguos, el roce de páginas de pergamino, el aliento contenido de eruditos que habían buscado verdades entre sus estantes. Pero esa noche, para El Inquisidor, el silencio era diferente. Era una antesala, un preludio a la disonancia que había venido a corregir.

Se movía entre las columnas toscanas como una sombra más, su hábito oscuro y austero apenas diferenciándose de las penumbras proyectadas por los altos arcos. Su rostro, marcado por la disciplina y la incesante búsqueda de la pureza textual, permanecía impasible. Llevaba consigo no solo la autoridad de la Orden de los Custodios, sino también el peso de un juramento ancestral: proteger la verdad inscrita, el conocimiento inalterado.

Su misión esa noche era de una delicadeza extrema, pero de una urgencia innegable. Había llegado a Alexandria siguiendo el rastro de un rumor, una fisura en el vasto compendio de saberes. Se decía que un pergamino, un fragmento de una crónica olvidada del "Códice Lumina", había sido "corregido". La palabra sonaba inocua, casi benigna, pero para los Custodios, "corregir" sin autorización era sinónimo de "contaminar", de "falsear". El Códice Lumina no era un texto cualquiera; era un registro primigenio de la interacción entre las antiguas civilizaciones y los primeros susurros de la magia en el mundo, un mapa de las energías arcanas que subyacían a la realidad. Cualquier alteración podría desestabilizar no solo el pasado, sino el mismo presente.

El indicio provino de un viajero, un mercader de especias de Anatolia que, durante una escala en el puerto de Alexandria, había escuchado a un escriba murmurar sobre "una verdad inconveniente ajustada". El detalle era vago, pero la red de información de la Orden era como las raíces de un árbol milenario: invisible, pero vasta y profunda, capaz de sentir la más mínima vibración en el subsuelo del conocimiento.

Félix llegó a la sección de Crónicas Perdidas, un laberinto de estantes polvorientos y volúmenes olvidados. El aire aquí era más denso, cargado con el aroma de la antigüedad y una tenue electricidad que solo él, con sus sentidos agudizados por años de entrenamiento, podía percibir. Se detuvo ante la estantería marcada con el glifo de "La Era de los Espejos Quebrados", donde se suponía que residía el Códice. Sus dedos enguantados de cuero oscuro rozaron los lomos de los volúmenes, buscando la vibración correcta.

No tardó en encontrarlo. Un volumen particular, encuadernado en cuero de drakon negro, irradiaba una anomalía sutil, como una nota desafinada en una sinfonía perfecta. Lo extrajo con cuidado, sintiendo el frío metálico de una cerradura secreta bajo sus yemas. Con una llave de hueso de grifo que colgaba de su cuello, abrió el tomo.

Dentro, el Códice Lumina esperaba. Sus páginas, hechas de un material que parecía brillar con luz propia, estaban cubiertas de una caligrafía que danzaba entre lo legible y lo místico. Félix pasó las hojas lentamente, su mirada experta escudriñando cada trazo, cada símbolo. Y entonces, lo vio. No era una corrección obvia, un tachón o una inserción burda. Era algo mucho más insidioso. En un párrafo que describía la fundación de una de las primeras ciudades-santuario, una palabra había sido alterada. Una runa ancestral que significaba "convergencia" había sido sutilmente transformada en una que implicaba "divergencia". La diferencia era mínima a simple vista, pero su implicación era cataclísmica: alteraba la naturaleza de la magia fundacional de ese lugar, de un punto de unión a uno de separación.

El Inquisidor cerró el libro con un chasquido que resonó en el silencio. Su rostro permanecía impasible, pero en sus ojos, la fría determinación se había encendido. No era solo un error textual; era una manipulación deliberada. Alguien había accedido a los arcanos de la Biblioteca, conoció los secretos del Códice, y tuvo la audacia de reescribir una verdad fundamental. La mancha en el pergamino era ahora una pregunta candente en la mente de Félix: ¿Quién osó desatar la sombra sobre la luz de la verdad, y con qué propósito? La búsqueda del "corrector" había comenzado.