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Israel:

 La Guerra Eterna. Un Espejo Quebrado de la Humanidad.

Por: El Gato Negro



En el corazón de Oriente Medio, bajo el velo de una luz implacable y una historia milenaria, se desvela no solo un conflicto, sino una tragedia humana que desafía la lógica y la esperanza. Israel y los territorios palestinos. Una herida abierta que se niega a cicatrizar, consolidada no ya como una simple disputa territorial, sino como la "guerra eterna". Un ciclo implacable de violencia, resistencia y desesperanza que se extiende por décadas, un absurdo telón de fondo para la vida diaria de millones. En pleno 2025, la resolución parece un espejismo cruel, y sus ecos resuenan con la amarga resonancia de un coro griego, anticipando más fatalidad.

El Eco de la Historia: Cimientos de la Tragedia (1897-1949)

La génesis de esta perpetua agonía no es un capricho del destino, sino la colisión de narrativas, de profundas raíces históricas y de aspiraciones nacionales que, al chocar, pulverizaron la posibilidad de una coexistencia pacífica. El sionismo, germinado a finales del siglo XIX con la noble idea de un refugio para un pueblo perseguido, encontró su anhelo en una tierra ya habitada, Palestina. La Declaración Balfour de 1917, ese documento británico que prometió un "hogar nacional judío", fue quizás la primera ironía trágica, sembrando la semilla de dos destinos irreconciliables en un mismo suelo.

El Mandato Británico (1922) y la subsiguiente inmigración judía, intensificada por el horror nazi, detonaron la inevitable fricción. La resolución 181 de la ONU en 1947, con su intento de partición, fue un acto de ingenuidad o de cínico pragmatismo. Los árabes, viendo su tierra dividida sin su consentimiento, la rechazaron. La creación del Estado de Israel en mayo de 1948 fue el pistoletazo de salida para la primera guerra árabe-israelí, un conflicto que para los palestinos es la Nakba (Catástrofe). En su vorágine, aproximadamente 700.000 palestinos fueron expulsados o huyeron de sus hogares, inaugurando una crisis de refugiados que, con cada generación, se convierte en un símbolo vivo de una injusticia no resuelta. Hoy, sus descendientes, millones de ellos, aún esperan un retorno que parece una quimera.

La Trampa de la Ocupación y la Futilidad de la Paz (1967-2023)

El destino, o quizás la implacable lógica del poder, dictó otro giro en junio de 1967 con la Guerra de los Seis Días. Israel, en una victoria relámpago, ocupó Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Esto no solo triplicó su territorio, sino que colocó a millones de palestinos bajo una ocupación militar que persiste. Actualmente, más de 3 millones de palestinos en Cisjordania viven bajo este yugo, mientras la expansión de los asentamientos israelíes, considerados ilegales por el derecho internacional, continúa inexorablemente. Para 2024, más de 700.000 colonos israelíes residen en estas construcciones, desmembrando un futuro estado palestino hasta hacerlo irreconocible.

Las Intifadas (1987-1993 y 2000-2005) fueron explosiones de desesperación, gritos de un pueblo sofocado por la ocupación, respondidos con una fuerza aplastante. Los Acuerdos de Oslo (1993-1995), un breve destello de esperanza, prometieron un autogobierno limitado y negociaciones, pero la esperanza se desvaneció entre la desconfianza, los extremismos y la continua expansión de los asentamientos. Como un matrimonio forzado, la Autoridad Palestina (AP), nacida de Oslo, quedó atrapada entre la ocupación israelí y la creciente impopularidad entre su propio pueblo. La división palestina se selló en junio de 2007 cuando Hamás, una organización islamista (a la que muchos occidentales llaman terrorista, mientras otros la ven como resistencia), tomó el control de la Franja de Gaza, cediendo Cisjordania a la AP. Gaza, desde entonces, se convirtió en una prisión a cielo abierto, bajo bloqueo.

El Abismo Reciente y el Silencio de la Razón (2023-2025)

La última vuelta de tuerca a esta tragedia llegó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque brutal contra Israel, asesinando a aproximadamente 1.200 personas y tomando unos 250 rehenes. La respuesta israelí en Gaza ha sido de una ferocidad pocas veces vista, una furia justificada por la venganza y la seguridad, pero con consecuencias apocalípticas para la población civil. Para julio de 2025, las cifras hablan por sí solas, con una elocuencia que supera cualquier discurso: al menos 54.607 palestinos han muerto y 125.341 han resultado heridos en la Franja de Gaza, según datos de la ONU y el Ministerio de Salud de Gaza.

La destrucción de Gaza no es un daño colateral, es una aniquilación. Se estima que más del 70% de las viviendas han sido destruidas o dañadas irreparablemente, y la mayoría de los hospitales han sido reducidos a escombros o están inoperativos. Lo que queda no son edificios, sino un paisaje lunar de cemento y miseria. La hambruna no es una amenaza, es una realidad palpable que estrangula a la población; el Programa Mundial de Alimentos (PMA) reportó a principios de 2025 que más del 90% de la población de Gaza sufre de inseguridad alimentaria severa, y que más de medio millón de personas están en fase de hambruna inminente. La "muerte lenta" se ha impuesto en cada rincón, a pesar de las súplicas y resoluciones.

La ONU, ese elefante en la cristalería global, emite resoluciones (como la Resolución 2728 del CSNU en marzo de 2024 que exigía un alto el fuego inmediato) que resuenan vacías en los escombros de Gaza. Su poca o nula capacidad de intervención efectiva, su parálisis burocrática o su impotencia ante el juego de vetos y poderes, ha llevado a una frustración universal. La comunidad internacional, más allá de la retórica, observa cómo la tragedia se desarrolla, dejando en evidencia la fragilidad de un orden mundial que se autoproclama protector de los derechos humanos.

La Ironía de la "Guerra Eterna"

Las dimensiones geopolíticas de este conflicto son el reflejo de la ironía del poder. La seguridad energética del mundo depende de una región en llamas. La división entre el mundo islámico y Occidente se profundiza, abonando el terreno para extremismos. Y las grandes potencias, especialmente Estados Unidos (con sus $3.8 mil millones de dólares anuales en ayuda militar a Israel), y las crecientes ambiciones de Rusia y China, no actúan como pacificadores desinteresados, sino como jugadores en un tablero donde los peones son vidas humanas.

Los desafíos actuales perpetúan este ciclo macabro: la fragmentación palestina, la política interna israelí inclinada hacia el nacionalismo extremo, la expansión imparable de los asentamientos que devoran la esperanza de un estado viable, y el estancamiento de negociaciones de paz que nadie parece querer o poder impulsar.

En 2025, el conflicto entre Israel y Palestina no es solo una guerra sin fin; es un espejo quebrado de la humanidad, que refleja nuestra incapacidad para trascender las narrativas de venganza, la dureza del poder y la dolorosa indiferencia ante el sufrimiento masivo. La "guerra eterna" es la prueba más cruel de que, a veces, la razón calla ante el estruendo de la historia, condenándonos a repetir los mismos errores, una y otra vez.