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Experimento Secreto del 'Idioma Universal' en el Siglo XVII:


 La Biblioteca Cósmica del Obispo Wilkins y sus Implicaciones Olvidadas

Por Sabio "El Narrador" Lince

En el tumultuoso siglo XVII, mientras Europa se recuperaba de la Guerra de los Treinta Años y la Royal Society de Londres sentaba las bases de la ciencia moderna, una audaz y enigmática ambición intelectual tomó forma en Inglaterra: la creación de un idioma universal y filosófico. En el epicentro de este colosal proyecto se encontraba el polímata John Wilkins (1614-1672), clérigo anglicano, cofundador de la Royal Society y una mente adelantada a su tiempo. Su obra culmen, el "An Essay towards a Real Character and a Philosophical Language", publicada en 1668, no era solo un diccionario o una gramática: era un ambicioso intento de reestructurar todo el conocimiento humano y, con ello, reformar la comunicación y el pensamiento mismos.


La visión de Wilkins y su grupo de colaboradores, entre los que se contaban figuras notables como el filósofo Robert Boyle y el lingüista Francis Lodwick, era erradicar la ambigüedad y la confusión inherentes a los idiomas naturales. Argumentaban que las lenguas existentes eran producto del azar histórico y las pasiones humanas, llevando a malentendidos y, peor aún, a errores en el razonamiento. Su solución: construir un lenguaje "real" donde cada palabra no solo representara una cosa, sino que, en su propia estructura fonética o escrita, revelara la esencia de aquello que designaba y su relación lógica con otros conceptos. Era, en efecto, un árbol de categorías universalizado, donde el orden del lenguaje reflejaría el orden intrínseco del cosmos.

El método de Wilkins era un prodigio de la taxonomía temprana. Dividió el universo del conocimiento en 40 categorías trascendentales o "géneros supremos", que abarcaban desde conceptos abstractos como "sustancia", "cualidad" y "relación", hasta dominios concretos como "Dios", "el Mundo", "los Elementos", "Plantas" y "Animales". Cada una de estas categorías se subdividía luego en "diferencias" (unas seis por género) y, finalmente, en "especies" (alrededor de nueve por diferencia), creando un sistema jerárquico y exhaustivo.

Para cada concepto, el "Real Character" asignaba una serie de prefijos y sufijos que indicaban su posición dentro de esta vasta clasificación. Por ejemplo, una palabra comenzaría con un sonido que designaba su género principal (ej: "De" para "Dios", "Ba" para "Elementos"), seguido por otro que indicaba su diferencia, y así sucesivamente hasta la especie. El resultado sería una palabra que, al pronunciarla o escribirla, revelaría su significado exacto y su lugar en la "biblioteca cósmica" de Wilkins. Un ejemplo hipotético simplificado podría ser que una combinación de sonidos como "Bi-po-la" podría significar "Animal-vertebrado-mamífero", mientras que "Bi-zo-ga" podría ser "Animal-invertebrado-insecto". Aunque el libro se centra más en la "escritura real" (caracteres visuales) que en la fonética, la lógica era la misma.

Aunque el "idioma universal" de Wilkins nunca trascendió las páginas de su voluminosa obra de más de 600 páginas ni fue adoptado para la comunicación diaria —su complejidad y rigidez lo hacían impráctico para la conversación espontánea—, su impacto intelectual fue profundo y a menudo subestimado. El filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) fue un ávido lector y crítico del "Real Character". Si bien Leibniz encontró fallas en la clasificación de Wilkins y aspiraba a un sistema aún más fundamental, el "Characteristica Universalis" y el "Calculus Ratiocinator" de Leibniz —ideas centrales para la lógica simbólica y, eventualmente, la computación moderna— deben una deuda conceptual considerable al ambicioso intento de Wilkins de crear un sistema lógico universal para el pensamiento.

El proyecto de Wilkins también resonó en el desarrollo de los sistemas de clasificación científicos (como la taxonomía de Linneo), la biblioteconomía y la filosofía del lenguaje. En una era de grandes descubrimientos geográficos y científicos, Wilkins y sus colaboradores se embarcaron en una exploración intelectual de igual magnitud, buscando cartografiar el universo no con brújulas, sino con la razón y la lógica del lenguaje. Su "fracaso" en crear un idioma hablado masivamente eclipsó su verdadero legado: la audacia de una visión que, a través de sus errores y limitaciones, contribuyó a moldear la estructura del pensamiento científico y la organización del conocimiento. Es una historia que revela el optimismo, la ingenuidad y la profunda ambición intelectual de una era que creía que todo el conocimiento podía ser ordenado y comprendido a través de la razón.